Ya en la Edad Media existía un fuerte deseo de atesorar los
más variados objetos de lujo por parte de la monarquía, la nobleza y el clero
para expresar su poder.
Joyas, tapices y vestidos eran las formas de arte que
representaban el estatus de los poderosos por encima de las pinturas, que no
adquirieron valor de colección hasta el Renacimiento.
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Encierro de la reina Juana en tordesillas. Francisco Pradilla |
El joyel de la reina católica
La riqueza y el boato de la que
hicieron gala los Reyes Católicos superó con creces a la de otras cortes
europeas de la época.
La importancia del guardajoyas de
Isabel de Castilla se hace patente con ocasión del matrimonio de sus hijos a
los cuales les regala lo más selecto de su ajuar.
A la esposa de su hijo Juan,
Margarita de Austria, por ejemplo, le obsequia con una serie de joyas que según
la relación “son tales y en tanta perfección y de tanto valor que los que las
han visto no vieron otras mejores”.
En el año 1500 entrega también a su
hija Maria, reina de Portugal, otra espléndida colección de joyas de oro,
reposteros y otros objetos cuya nómina completa ha llegado hasta nuestros días.
Los mismo ocurrió, se supone, con su hija Catalina.
En el inventario de la reina Juana
asombre igualmente los múltiples objetos que procedían de su madre. Y no sólo
fueron joyas. Los tapices, trajes y servicios de plata fueron múltiples debido
a que eran muy numerosos por la costumbre que tenían los reyes y nobles de
comer con vajillas de oro y plata.
Dote y herencia de Doña Juana
Varios
son los tapices que pertenecieron a doña Juana y que aún se conservan. En el
inventario de bienes que se realizó a su llegada a Tordesillas, en 1509, cuando
su padre decide encerrarla allí, se documenta un número superior a setenta
paños.
La
riqueza del oro, plata y diferentes bordados también fue resaltada por el
cronista del viaje de Carlos V en 1517 a Tordesillas.
Entre
los que se conservan que pertenecieron a doña Juana se conservan: el Palacio
Real de Madrid.
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La reina Juana con sus hijos Carlos y Fernando |
Sabemos por el inventario de 1509 que doña Juana llevó igualmenteconsigo cinco retratos
a Tordesillas: cuatro de miembros de su familia -uno era de su madre, otro de
su hermana mayor la reina de Portugal doña Isabel, y dos de su hermana menor,
doña Catalina, cuando era princesa de Gales- y uno de ella misma
(identificarlos es difícil aunque cabría la posibilidad que el de doña Juana
fuera el conservado en Viena y atribuido a Juan de Flandes. El doña Catalina
también podría ser el de Viena atribuido a Michel Sittow. Los de Isabel «la
Católica» podrían ser cualquiera de los conservados en el Palacio Real de
Madrid o en el de El Pardo y atribuidos a Juan de Flandes).
Lo que
resulta llamativo es que doña Juana no llevara consigo a Tordesillas, pues no
se refleja en el inventario, ningún retrato de sus hijos o esposo.
En el
inventario aparecen citas a diferentes retablos, imágenes de devoción, incluso
dibujos, pero su descripción es demasiado general para poder identificar las
piezas con alguna de las hoy conservadas o de las que se tienen noticias.
Los
retablos que tenía doña Juana se valoran en función del oro o la plata que
contenían sus marcos, no por la calidad de las pinturas o esculturas.
El
tesoro que doña Juana llevó a Tordesillas debió ser impresionante. En el
inventario se agrupan en diferentes partidas atendiendo principalmente al
material. Así, hay perlas: «...cient perlas grandes como avellanas
mondadas...». Joyeles: «...un balax grande como castaña e algo maior con tres
diamantes...». Collares de oro: el de «las bellotas» que pesó 1818 gramos, de
oro. Cadenas: la de «las ruecas», de casi dos kilos de oro. Sortijas de oro,
azabache, coral..., algunas con pedrería -diamantes y rubíes-. Medallas.
Pulseras. Y todo tipo de objetos realizados con metales preciosos: espejos,
marcos, retablos, lámparas, peines...
De todas
formas, la información que nos ha llegado es un poco fragmentario por lo que no
es posible cuantificar la cantidad de oro y piedras preciosas que llevó consigo
doña Juana a Tordesillas, pero debió ser ingente.
No obstante, nos podemos hacernos una idea a partir de los datos que se conservan
de la plata. Cuando llegó a Tordesillas Fernando «el Católico» tomó para su
casa 1.500 marcos de plata (¡345 kilos!), y tres años después, en 1512, otro
tanto. A esto hay que sumar los 32 kg que sumaba la platería litúrgica:
cálices, patenas, navetas, portapaces... y toda una larga lista de piezas de
plata que mantuvo doña Juana para su servicio: platos, cubiertos, fuentes...,
de los que no siempre se da el peso en el inventario.
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Doña Juana con su esposo Felipe |
Crónica
de un expolio
Cuando
murió la reina en 1555 se procedió a hacer inventario de sus pertenecías, pero
increíblemente, apenas quedaba nada.
De lo
que había ocurrido con ellas se quiso mantener el secreto, pero un incidente
menor destapó todo el proceso.
Unos
meses antes del fallecimiento de la reina Juana, previendo que sería inmediato,
se vio que sus bienes habían ido mermando con las visitas de sus familiares
((su tesoro pasó a formar parte de los bienes de diversos miembros de su
familia, desde su hijo Carlos I hasta su nieto Felipe II, pasando por otros
personajes ligados a la corona) y los tejemanejes de sus guardianes ya que con
el oro y la plata podían fundirse con facilidad y convertirse en otros objetos,
y por supuesto utilizarse como moneda de cambio. Lo mismo ocurría con la
piedras preciosas.
Sólo le
quedaba en aquel momento a doña Juana un arca de pequeñas dimensiones, aunque
bien repleta de objetos de oro plata y pedrería, que guardaba celosamente. En
el momento de su muerte ya había desaparecido.
Felipe II ordenó que se investigara lo
que había ocurrido y, dado que los métodos de entonces eran bastante
expeditivos, los sirvientes de la reina contaron todo lo que sabían.
Estos
declararon que en 1524 Carlos V había pasado un mes en Tordesillas para
preparar la próxima boda de su hermana menor, Catalina, con el rey Juan III de
Portugal. Al parecer, el emperador mandó coger todas las piezas que le
parecieron de valor, pero no solo para cumplimentar la obligada dote de su
hermana, sino también para él mismo.
En el
relato de los criados estos manifiestan que todo el expolio se llevó a cabo de
noche, y que se utilizaron cuerdas para bajar las arcas desde los aposentos de
la reina. Una vez que las hubieron vaciado, y para evitar que esta se diera
cuenta, las volvieron a llenar de ladrillos para si la reina trataba de mover
alguna pensara que estaban llenas.
Pero
doña Juana apenas tardó unos días en darse cuenta de lo que pasaba. Llamó a su
camarero (el responsable de sus bienes) y le exigió que diese cuenta de lo
ocurrido. Éste no supo qué decir; por un lado era el responsable, pero Carlos I
era el rey de facto y había sido él quien había dado la orden de sacar las joyas.
Se
cuenta que la reina, en contra de lo que se pensaba, no tuvo un reacción airada
sino que dijo que estaba bien, que si su hijo lo había ordenado así ella no tenía
nada que objetar.
Su hijo
Carlos no sólo la había usurpado el trono y dejado encerrada en Tordesillas de
por vida, cuando podía perfectamente haber cambiado su situación, sino que además
se había llevado sin pudor el tesoro materno.
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