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EL NÚMERO PI: UN VIAJE A TRAVÉS DE LA ETERNIDAD MATEMÁTICA

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 El número π (pi) es uno de los conceptos matemáticos más enigmáticos y fascinantes que existen. Este número irracional ha cautivado a matemáticos, científicos y filósofos durante milenios, ya que representa no solo una constante matemática fundamental, sino también un símbolo de los misterios del universo y la naturaleza misma de las matemáticas.  ¿Qué es el número Pi? Pi es la relación entre la circunferencia de un círculo y su diámetro. Esto significa que, sin importar el tamaño del círculo, la longitud de la circunferencia siempre es aproximadamente 3,14159 veces el diámetro. Esta relación se simboliza con la letra griega π y se conoce desde la antigüedad, aunque su precisión y comprensión han avanzado a lo largo de los siglos. El número Pi es un número irracional , lo que significa que no puede expresarse exactamente como una fracción simple. Además, su expansión decimal es infinita y no periódica , es decir, sus dígitos no siguen ningún patrón repetitivo, lo que añade una capa d

LOS PINTORES DE CÁMARA DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA

El Renacimiento otorgó a los artistas una nueva condición social en las cortes, donde, como pintores de cámara, se relacionaban en el mismo plano con reyes y nobles.

En España, el reinado de Felipe IV supuso el momento culminante de los pintores de cámara con la presencia simultánea en la corte de Rubens y Velázquez.

Isabel la Católica por Juan de Flandes
 Los pintores y su consideración social

Fue en la Italia renacentista donde se desarrolló la revolución artística otorgando a los pintores una nueva condición social en las cortes de la época.

Los pintores quedaban vinculados al patronazgo de mecenas que no se limitaban a un simple encargo individual, sino que mantenían su patrocinio en condiciones de exclusividad.

El papel que el arte, y esencialmente el de los pintores de cámara, había tenido en las cortes renacentistas italianas, fue aplicado posteriormente a una escala superior en las cortes de la Edad Moderna de Portugal, Francia, Inglaterra y España.

Sin embargo, durante todo el siglo XVII los pintores luchaban todavía por ver reconocido su oficio como un arte liberal. Es más, hasta el siglo XVIII al artista se le tenía escasa consideración social, al ser tenida la pintura como un oficio mecánico. Tanto era así que frente a los grandes maestros que obtenían encargos de la iglesia o de la corte, la inmensa mayoría de artistas menores se ganaban malamente la vida produciendo casi en serie pinturas de todo género, que ellos mismo se encargaban de vender en sus tiendas o en la venta ambulante.

Fernando el Católico por Michel Sittow
 Pintor de cámara

El pintor de cámara o pintor de la corte era un artista designado para realizar de forma habitual los encargos artísticos de una corte real o corte noble o eclesiástica, o eclesiástica, especialmente los retratos, con funciones estéticas, sociales e ideológicas.

El servicio artístico a estas cortes les suponía a menudo contar con un estatus privilegiado y con un rango protocolario equivalente al de chambelán (camarero o ayuda de cámara, cargo cortesano que permitía el acceso a la cámara regia).

Los pintores de cámara a veces contaban con un sueldo fijo en vez de un pago por obra encargada, dando al cargo un carácter exclusivo que implicaba que el artista quedaba vinculado a su patrocinador de forma que no debía emprender otras actividades, al menos sin su autorización. También se les solía otorgar un título formal y una pensión vitalicia, o pagos de otra índole, e incluso se les encargaban misiones políticas y diplomáticas.

El Reconocimiento individual que alcanzaron algunos artistas a partir del Renacimiento hizo que no sólo los artistas buscaran prestigio acogiéndose a grandes mecenas, sino que eran las cortes las que buscaban a los grandes artistas para su propio prestigio. Era muy habitual que los artistas recorrieran las diferentes cortes retratando a los reyes y grandes personajes, aunque en algún caso, como ocurrió con Tiziano, eran  los reyes y emperadores quienes acudían a su taller para ser retratados. 

Carlos I por Tiziano
Pero no todos los grandes pintores llegaron a ser pintores de cámara (El Greco, Zurbarán, Caravaggio, Rembrandt) bien por decisión personal, bien por problemas presupuestarios o bien por rechazo de los propios reyes.

Con el auge de la fotografía y el alejamiento del academicismo por parte de los artistas, a partir del siglo XIX el género del retrato regio decae, optando los monarcas del XX y el XXI por adaptarse a las innovaciones de la pintura contemporánea.

La pintura en la Corte española

La parte sustancial de los fondos de las grandes pinacotecas europeas de la actualidad (Louvre, Prado, National Gallery, Kunsthistorisches, Hermitage, Galeria degli Uffizi....) se nutren principalmente de las colecciones reales de pintura que tuvieron su inicio en la producción de los pintores de sus propias cortes, a las que se sumaron las adquisiciones externas, muy a menudo encargadas a los propios pintores de corte.

En España, los Reyes Católicos adoptan el cargo de Pintor de Cámara como el del pintor de mayor confianza del rey y que recibía los principales encargos de la Corte; y concedía el título de Pintor del Rey a otros pintores, incluso sin necesidad de pintar en la Corte. En ocasiones los títulos se otorgaban sin derecho a percibir salario, pero el cargo  podía ser complementado con otros, como el de aposentador real. En algunos casos, incluso llegaron a dar clases de pintura a miembros de la familia real. Entre sus pintores de cámara que sirvieron a estos monarcas se encuentran: Fernando del Rincón (Fernando el Católico), Michel Sittow y Juan de Flandes (Isabel la Católica).

Felipe II por Sofonisba Anguissola
Sin embargo, la práctica del retrato regio, como forma de prestigiar la figura del monarca (o noble) comenzaría con los Habsburgo. Carlos I encargó mayoritariamente retratos y obras religiosas con un fin práctico, de imagen, pero sin ánimo de coleccionar. Tuvo a su servicio a Tiziano, a quien otorgó la exclusividad de retratarlo. También estuvieron a sus órdenes Diego de Arroyo y Antonio Moro.

Pero fu su hijo Felipe II quien empezó a valorar la Colección Real como un tesoro a preservar, y la adscribió a la Corona como patrimonio indivisible. Felipe II reunió numerosas pinturas compradas por su padre, y otras heredadas de su abuela Juana, añadiendo otras importantes obras a las colecciones reales, como las pinturas de El Bosco. Sus pintores oficiales fueron: Antonio Moro, Alonso Sánchez Coello, Juan Fernández de Navarrete, Sofonisba Anguissola y Juan Pantoja de la Cruz.

Felipe III no contó con artistas de renombre internacional a su servicio como su padre y su abuelo, pero tuvo a Pantoja de la Cruz, Santiago Morán, Bartolomé González y Serrano y también a Rodrigo de Villandrando.

Las Menina de Velázquez
Felipe IV marcó una época dorada de la pintura en España con su política de compras por toda Europa y programas pictóricos para decorar sus palacios con innumerables cuadros de grandes artistas. Con ello, otorgó a la colección real una categoría superior entre las colecciones reales europeas. Tuvo a su servicio, simultáneamente, a Velázquez (durante cuarenta años) y a Rubens, así como a una generación de artistas barrocos españoles como Juan Bautista Martínez del Mazo y Alonso Cano. 

Carlos II consiguió poner al servicio de España al artista de mayor reputación en Europa, Luca Giordano (o Lucas Jordán), al que llamó desde Nápoles para encargarle numerosas obras reales, retratos y decoraciones. Además, el rey preservó la unidad de la colección prohibiendo su venta o desmembración. Impidió, por ejemplo, que La Adoración de los Reyes Magos de Rubens fuese enviada por su esposa, Mariana de Neoburgo, a Alemania como regalo para su padre, aunque no pudo evitar en cambio que Mariana mandase a su hermano Juan Guillermo de Neoburgo otro lienzo del flamenco, la Reconciliación de Esaú y Jacob, hoy en la Staatsgalerie Schleissheim. También contó en su Corte con pintores como Sebastián Herrera Barnuevo, Francisco Ricci, Juan Carreño de Miranda, Juan Bautista Simó y Claudio Coello.

La familia de Carlos IV por Goya
La llegada de los Borbones, en el siglo XVIII, diversificó la procedencia de los pintores de cámara, ya que durante el gobierno de la Casa de Austria habían sido mayoritariamente flamencos e italianos.

Cuando llegó Felipe V, primer miembro de la nueva dinastía, se produjo el incendio del Alcázar de Madrid (1734), en el que se perdieron numerosas obras maestras de la Colección Real. Sobre su solar se construyó el actual Palacio de Oriente, y para su decoración y la del Palacio de La Granja, se adquirió una considerable cantidad de pinturas (de Poussin, Murillo, etc) así como la colección de escultura clásica de Cristina de Suecia (ésta última destinada a la decoración de La Granja). Además Felipe V, tras la muerte en 1711 de su padre, recibió en herencia la colección de artes decorativas conocida como el Tesoro del Delfín. Tuvo en su Corte a pintores como: Miguel Jacinto Meléndez, Jean Raac, Louis Michel van Loo, Michel Ange Louase.

Fernando VI contó para su Corte con pintores como Jacopo Amigoni, Corrado Giaquinto y Antonio González Ruiz.

Isabel  II por Federico de Madrazo
Carlos III compró importantes piezas, como Judit en el banquete de Holofermes de Rembrandt, y fue él quien mandó construir el edificio que ocupa hoy el Museo del Prado. Tuvo en su Corte a pintores de cámara como: Antonio Rafael Mengs y Mariano Salvador Maella,

A Carlos IV se le considera un monarca de gran sensibilidad artística, pero es recordado sobre todo como el mecenas de Goya. La colección de pintura neoclásica del Museo del Prado fue adquirida por este rey. Otro pintor al que acogió en su Corte, además de Goya, fue Antonio Carnicero.


Goya también fue pintor de cámara de Fernando VII, así como Juan Antonio Ribera, Bartolomé Montalvo y Vicente López Portaña. Ribera y López Portaña igualmente lo serían de su hija, la reina Isabel II, a quien retrataron otros muchos artistas como José de Madrazo, su hijo Federico, Joaquín Dominguez Becquer y Carlos Luis de Ribera y Fieve.

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