Federico de
Madrazo es, por definición, el retratista del romanticismo del siglo XIX
español.
No solo fue
el pintor de cámara de la reina Isabel II, sino el imprescindible pintor de la
aristocracia, la burguesía y los personajes de la cultura de su tiempo.
|
Autorretrato de Federico de Madrazo |
De cuna y oficio
A Madrazo (1815-1894) su afición por la
pintura no le vino por casualidad. Era hijo de pintor (su padre José lo era),
nieto (su abuelo era el pintor polaco Tadeusz Kuntz), hermano (varios de sus
hermanos fueron pintores), padre (su hijo fue el pintor Raimando Madrazo) y
abuelo (su nieto fue Mariano Fortuny y Madrazo).
A los dieciséis años apuntaba maneras, de tal
forma que a los diecinueve ingresaría en la Real Academia de Bellas Artes de
San Fernando donde fue becado para estudiar en París, trasladándose posteriormente
a Roma, ciudades donde recibiría la influencia de los grandes movimientos
artísticos del momentos y donde aprendió las técnicas del retrato romántico y
academicista, estilo que le acompañaría toda su vida.
|
Isabel II, Museo del Romanticismo
|
A su regreso a
España, se consagra como pintor de retratos gracias a
la gran maestría y calidad técnica que adquirió, lo que le procuró prestigio y
reconocimiento por su extraordinaria capacidad para captar e idealizar al
modelo, lo que le supuso ser muy demandado como pintor.
Por su estudio pasó lo más granado de la
sociedad española decimonónica, representando desde personajes de la nobleza a
la burguesía urbana, llegando a realizar los retratos de los personajes más
importantes de su época.
En sus obras, además del obligado parecido,
las calidades de las telas y los adornos con que deseaban inmortalizarse los
personajes, el autor deja reflejada la psicológica del retratado.
La iluminación suave, que hacía destacar las cualidades del rostro y manos del
retratado, sería otra característica de su obra, mostrando con ello un dominio
técnico que acompañó siempre a Madrazo.
|
Gertrudis Gómez de Avellaneda. Museo Lázaro Galdiano
|
El retrato
Sus retratos, y en especial los femeninos,
están resueltos en los valores decorativos de adornos y joyas dotando a sus
modelos una elegancia distante que, junto a sus excepcionales dotes técnicas,
la pureza de líneas y la delicadeza de su factura, fueron la clave del éxito de
Federico Madrazo.
En sus obras resalta especialmente las
facciones de los retratados, con sutiles gestos y ademanes, así como la riqueza
de detalles tanto en los objetos como en el traje y adornos que viste.
El modelo de
retrato en el que la figura se muestra de pie y de cuerpo entero es uno de los
más característicos del pintor. En cuanto a la composición, Madrazo utiliza con
sabiduría recursos habituales en sus retratos, como la iluminación parcial y la
posición de la figura en tres cuartos, que confieren a la misma una mayor
esbeltez y prestancia.
|
Amalia de Lano y Dotres, condesa de Vilches. Museo del Prado |
Sus modelos femeninos
Hubo muchos hombres notables cuyas figuras
quedaron inmortalizadas por el pincel del artista, pero fueron tal vez las
mujeres las que quedaron plasmadas de forma excepcional por el pintor. Tanto es
así, que son los cuadros de estas mujeres los más afamados a través de los años,
debido tal vez al preciosismo de sus detalles.
Pero tal vez por su señorial elegancia, uno de los retratos femeninos de Federico de
Madrazo más elogiados, así como de toda la pintura española del siglo XIX, es
el de Gertrudis Gómez de Avellaneda. Entre la fecundísima producción retratística, en
esta ocasión, como en pocas, el artistas consigue un equilibrio perfecto entre
la utilización de las pautas más características de sus retratos de damas
burguesas y la extraordinaria riqueza plástica de su ejecución, todo ello
puesto al servicio del rotundo acierto del pintor en la captación expresiva de
la personalidad de la escritora y en el tratamiento de la indumentaria de la
modelo.
|
Carolina Coronado. Museo del Prado |
Realizaría este retrato con un marcado aire
francés, con una coqueta pose de la modelo que consigue transmitir una
sensualidad bien ajena a la tradición española, lo que sirve al artista para
conceder a la obra un grácil movimiento. La iluminación empleada por Madrazo
hace destacar la blancura de las facciones femeninas destaquen contra la
acusada oscuridad del fondo. La sutileza de ciertos gestos de la modelo, como
la delicadeza con que sostiene el abanico, el contacto casi imperceptible de sus
dedos con el óvalo facial o la dulcísima sonrisa, replicada por su seductora
mirada, suponen el culmen de los aciertos de este retrato.Otra obra cumbre de la retratística romántica
española y posiblemente el más atractivo de los retratos femeninos de su autor,
es , sin duda, el de.Amalia de Llano y Dotres, duquesa de Vilches, donde Madrazo
alcanza una conjunción perfecta de todos los recursos plásticos y alcanzando en
esta ocasión su refinamiento más esmerado.
Algunos expuestos y otros
no, todas estas obras de Madrazo pueden ser apreciadas en distintos museos como
el del Prado, el del Romanticismo o Lázaro Galdiano, entre otros.Son muchos los retratos femeninos de Madrazo
dignos de ser destacados, pero quizá también cabe mencionar el que le hizo a la
escritora extremaña Carolina Coronado. Ya
enferma, la retrataría Federico de Madrazo alrededor de 1855 de busto corto en
uno de los más bellos testimonios de la retratística psicológica del pintor. En
su rostro, conseguiría plasmar el profundo sentimiento de la modelo (que acababa
de perder a su hijo) de forma sublime, aunando un rictus de melancolía con una
ensoñadora mirada sobre un fondo con sugerentes formas que evocan paisajes de
corte romántico.