Esquivel es uno de los más prolíficos pintores del
Romanticismo español cuya producción
abarca géneros tan variados como las composiciones religiosas y los asuntos
costumbristas pasando por los temas mitológicos e históricos. Sin embargo, fue fundamentalmente un pintor de retratos.
Fu en el Romanticismo cuando el retrato infantil experimentó
un importante cambio y donde destacaron especialmente los retratos de niños
pintados por Esquivel, considerado como el mejor retratista infantil del siglo
XIX español.
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Carlos Pomar. Museo Bellas Artes Sevilla |
Esquivel y el retrato
Esquivel es un pintor poco estudiado, pero los especialistas
le consideran uno de los más importantes retratistas de la corte madrileña durante
la época del Romanticismo junto con los Madrazo y Ribera. En este sentido, recibió
encargos de los más importantes políticos, militares, aristócratas e
intelectuales tanto en Madrid como en la Sevilla de la época.
De hecho, hay autores que estiman que es el retratista por
excelencia de la España romántica, llegando a superar a Madrazo y su purismo
cortesano en sencillez, intimidad y aproximación a sus modelos. Y que por otra
parte, que mientras que Madrazo fue el pintor de la aristocracia, Esquivel lo
fue de la clase media de la etapa isabelina.
Antonio María Esquivel estuvo siempre encasillado en el
grupo de los murillistas, como fiel seguidor del estilo del maestro del
Barroco, y en efecto, así fue tras su formación en Sevilla. Sin embargo,
Esquivel, tanto en su etapa de formación como en la de su madurez recibió otras
influencias, como la de los maestros británicos dieciochescos y decimonónicos,
distinguidos por su porte aristocrático, su elegancia formal y colorista. Estas
influencias afectaron principalmente a su producción retratística.
Pero también estuvo familiarizado con el purismo de corte de
José de Madrazo y de Carlos Luis de Ribera, aunque Esquivel se muestra más
independiente frente a la ortodoxia de los anteriores, lo mismo que le ocurre
con el populismo costumbrista. Esto se tradujo en un estilo más personal e
innovador.
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Niña tocando el tambor. Bellas Artes Sevilla |
El retrato infantil en el siglo XIX
Fue a partir del siglo XVIII, sobre todo en Francia, cuando
se empieza a extender el uso del retrato a otros grupos sociales que no ostentan
necesariamente el poder, monarquía y nobleza, y se abrirá para la nueva y
boyante clase social, la burguesía.. Va a dejar de constituir, pues, un signo
de distinción social.
Estos retratos se van a caracterizar por mostrarse más
realistas y costumbristas, a la vez que convencionales y simbólicos. Se
muestran más descriptivos y más representativos a la hora de reproducir la
imagen del personaje indicando su rango, función, categoría social, etc. Se buscará
la naturalidad, la representación social y la individualidad
en cada uno de los retratos. es decir, se mostrarán como un
“retrato social”.
También se van a caracterizar estos retratos por captar la
interpretación psicológica del modelo y la expresión de su carácter.
Pero fue durante el siglo XIX cuando el género del retrato
infantil va a experimentar, de forma
general, un importante cambio. Va a dar cabida en él a un inusitado afecto, inaugurando una corriente
plenamente romántica, en la que los niños no sólo se mostrarán como parte fundamental de las familias, sino
como individuos autónomos.
El género del retrato infantil no surge en el Romanticismo,
baste pensar en los célebres lienzos de las infantas de Diego Velázquez o los
que realizara Francisco de Goya, pero sí va a resultar novedoso el enfoque.
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Niños jugando con un carnero. Museo Romanticismo |
El principal cliente del retrato infantil había sido tradicionalmente
la monarquía, con las mismas estrictas convenciones estipuladas en el retrato de
adultos creadas desde los siglos XVI y XVII: gesto grave dejando patente el
linaje familiar, salvo a veces alguna concesión como sonajeros, dijes u objetos
destinados a ahuyentar el mal de ojo a la mortalidad infantil.
Superándose poco a poco durante el siglo XIX la importante
mortalidad infantil, gracias a los avances médicos y farmacológicos, a partir
de ahora perder un hijo se hará aún más
doloroso, por eso, el retrato infantil se convierte así en un testigo del amor
y afecto que profesan los progenitores a sus hijos, y llega a convertirse durante
el Romanticismo en uno de los subgéneros más representativos de la pintura.
Pero además, fruto de las nuevas corrientes de pensamiento,
comienza a concebirse la infancia como una etapa vital con una idiosincrasia
propia, de ahí que se cree en torno al retrato infantil una simbología e
iconografía específica. Los niños retratados aparecen representados en un
entorno dulce, apacible, normalmente conseguido a través de fondos neutros de
colores claros, o inmersos en una naturaleza que parece acogerlos. Y no sólo
eso, en sus manos, pelo o pecho pueden aparecer flores, frutos, aves, perros,
etc formando parte de la frescura y la vitalidad de la composición.
La vestimenta del niño se cuida al máximo en estos retratos,
ya sea en los ricos vestidos, cuajados de detalles, o los uniformes con los que
se trata de significar el destino que les espera a los varones (atuendo militar
con sables e insignias haciendo hincapié en su posible faceta castrense, o
togados y con libros, enfatizando la vertiente intelectual).
También se destacarán los complementos de la indumentaria, asociándolos
con el mundo decimonónico de los adultos. Así, las niñas aparecen con joyería, abanicos,
peinetas, pequeños bolsos o pañuelos en versión infantil, mientras que en los
niños se apostará por las camisas con
corbatas de lazo y otros adornos masculinos.
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Alfredito Roema y Diez. Museo del Romanticismo |
Sin embargo, la diferencia sustancial de estos retratos en
el Romanticismo es que aquí los niños también aparecerán con objetos asociados
indiscutiblemente con el mundo infantil como los juguetes. Toda suerte de pelotas,
aros, caballitos de madera, etc, aparecen recurrentemente acompañando a los
infantes, al igual que elementos profilácticos para la protección de los
menores ante el temor de una muerte prematura.
Todas estas características eran comunes a la pintura de
caballete y la miniatura, aunque ambas tendrían una trayectoria diferente.
Esquivel y el retrato infantil
En los retratos infantiles de Antonio María Esquivel, el niño
adopta una pose burguesa con la ropa y las actitudes de sobriedad y elegancia
puestas de moda por la nueva clase social, pero plasma con especial habilidad
el mundo del niño así como la ternura y el candor de la infancia, además de su
particular psicología.
A través de sus retratos se puede percibir exactamente las
modas imperantes en el vestir de la época, ya que eran hombres y mujeres en
miniatura, pero también en la mayoría de ellos Esquivel introduce elementos
recurrentes en la retratística infantil del momento, como flores, animales de
compañía o un elemento lúdico –aros, tambores, muñecas o caballos de juguete-, como
símbolo de la infancia.
Una importante muestra de estos retratos infantiles de Esquivel pueden
apreciarse en el Museo del Romanticismo de Madrid.