El embeleso de Machado por su joven esposa, Leonor, fue tan intenso que cuando
la conoció, por primera vez quizá en su vida, se mostró impaciente hasta que la
niña tuvo edad suficiente para poder desposarla.
Un mes después de que Leonor cumpliera quince años se
casaron en Soria, Machado tenía 34. Su felicidad duró poco, tres años después
Leonor moría.
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Antonio Machado y Leonor |
Un hombre enamorado
Cuando Antonio Machado (Sevilla 1875-Colliure 1939) llegó
a Soria en octubre de 1907, para dar clases de francés en el instituto, cambió
su vida: en lo profesional emprendió una nueva andadura como maestro, en lo literario
se reflejó su madurez como poeta (“Campos de Castilla”), y en lo personal,
encontró a Leonor, su gran amor.
En diciembre de ese año la pensión donde
se alojaba cerró y los huéspedes tuvieron que trasladarse a un nuevo
establecimiento regentado por Isabel
Cuevas y su marido Ceferino Izquierdo, sargento de la Guardia Civil jubilado.
Este matrimonio tenía tres hijos, de la mayor, Leonor, de apenas 13 años quedó
al instante prendado el poeta.
Esta era, según los amigos de la
familia, “una niña menuda, trigueña, de alta frente y ojos
oscuros”.
Tal fue así que, una vez seguro de que
era correspondido, pidió la mano de Leonor a sus padres a finales de ese mismo
año. No obstante, tendrían que esperar dos años más para casarse, hasta que la
joven novia cumpliese la edad legal para poder contraer matrimonio.
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Leonor Izquierdo |
Así, el 30 de julio de 1909,
efectivamente, se llevó a cabo el enlace en la Iglesia de Santa María la Mayor
de Soria. Leonor hacía un mes que había cumplido los 15 y Machado tenía ya 34.
Pero
contra todo pronóstico, el matrimonio fue feliz y se entendieron a la
perfección. Leonor se convirtió en su musa y su más sincera admiradora y
ayudante.
En
diciembre de 1910, Leonor y Antonio viajaron a París, con una beca por un año concedida al poeta para perfeccionar sus
conocimientos de francés. Durante los seis primeros meses todo fue bien,
viajaron, visitaron museos e incluso
conocieron e intimaron con Rubén Dario y su compañera sentimental.
Pero el 14
de julio del año siguiente todo cambió. El matrimonio se disponía a partir hacia la
Bretaña francesa de vacaciones cuando Leonor sufre un episodio de hemoptisis (vómito
de sangre) y tiene que ser ingresada. Tenía tuberculosis. Los médicos la
recomiendan regresar al aire puro de
Soria.
Finalmente,
y tras una corte y engañosa mejoría, Leonor muere el 1 de agosto de 1912. La
joven esposa de Machado tenía solamente 18 años. Leonor fue enterrada en el
cementerio del Espino de Soria.
Leonor
llegó a conocer y tener en sus manos la primera edición de “Campos de Castilla”,
libro que ella había visto crecer en manos de su marido.
Un
hombre desesperado
Machado, desesperado, solicitó su traslado a Madrid,
pero el único destino vacante era Baeza. Allí se trasladó, pensó más que vivó (“Mi pensamiento está generalmente ocupado por lo
que llama Kant conflictos de las ideas trascendentales y busco en la poesía un
alivio a esta ingrata faena”) y dio clases de Gramática Francesa en el
Instituto de la localidad durante los siguientes siete años.
Durante este periodo también escribió su breve
autobriografía (1913) donde entre otras
cosas comenta que “Tuve
adoración a mi mujer y no quiero volver a casarme”.
Se vuelve más taciturno y solitario y
sólo encuentra consuelo en sus paseos por el campo, los cerros y las sierras de
la comarca, que además le inspiran su siguiente libro.
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Tumba de Leonor en el Espino |
La dolorosa experiencia de Machado dio
lugar a una serie de poemas dedicados a Leonor cuando enferma, cuando muere y
cuando la recuerda, con sus versos más
intimistas y doloridos: “A un olmo seco”, versos en los que Machado espera la
curación de su mujer (“Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera”). En otro poema, un
romance, recogerá con gran dramatismo el mismo momento de la muerte de Leonor (“Una noche de
verano —estaba abierto el balcón y la puerta de mi casa— la
muerte en mi casa entró. Se fue acercando a su lecho —ni siquiera me
miró—, con unos dedos muy finos, algo muy tenue rompió. Silenciosa
y sin mirarme, la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has
hecho? La muerte no respondió. Mi niña quedó tranquila, dolido
mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos!).
Machado lamenta también que la muerte no
se haya fijado en él y lo hace plasmándolo en sus poemas, pero también se lo decía
en una carta a su amigo Unamuno: «La muerte de mi mujer dejó mi
espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte
cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor, está la piedad. Yo
hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por
la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal
hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere».
En la primavera de 1913, en Baeza,
escribe a su amigo José María Palacio un poema (en forma de carta) en el
que junto a la evocación de Soria en primavera, recuerda a su mujer y el
cementerio en el que está enterrada, «El Espino», y le pide que le lleve unas
flores en su nombre en unos versos inolvidables (“Con los primeros
lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al
alto Espino donde está su tierra...”).
Quince años después de estos hechos
Machado conocería a Guiomar, musa de su inspiración y de la que al parecer se
enamoraría. Pero esa es ya otra historia.