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LOS ANTIGUOS PUEBLOS Y CIVILIZACIONES DEL MEDITERRÁNEO: PROTAGONISTAS DEL DESARROLLO DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

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El Mediterráneo ha sido testigo del surgimiento de algunas de las civilizaciones más influyentes y fascinantes de la historia. A lo largo de milenios, las antiguas culturas que florecieron en esta región construyeron grandes ciudades, desarrollaron complejas religiones y establecieron rutas comerciales que conectaron África, Asia y Europa. El legado de estas civilizaciones sigue vivo hoy en día, y su influencia ha perdurado en la cultura, la política y la economía del mundo moderno. Civilización Egipcia: El Gran Imperio del Nilo La civilización egipcia es una de las más antiguas del mundo y su influencia en la cuenca del Mediterráneo fue inmensa. Aunque su núcleo estaba a lo largo del río Nilo, el control que los egipcios ejercieron sobre las rutas comerciales y las interacciones con otros pueblos mediterráneos los convirtió en un actor clave en la región. Los egipcios fueron pioneros en campos como la arquitectura, con sus monumentales pirámides, y en las matemáticas y astronomía. Ade...

EL ÚLTIMO RUBENS: UNA EXPLOSIÓN LÍRICA

Durante sus últimos años exploró vías artísticas más personales, mediante pinturas que en muchos casos realizó sin intención de venderlas y que conservó para sí hasta su muerte, aunque también siguió realizando importantes obras por encargo,

La joven con la que se casó en segundas nupcias fue su principal fuente de inspiración en la última década de su vida, ya que, aparte de ejecutar varios retratos de ella, se basó en sus rasgos para realizar las voluptuosas figuras femeninas que aparecen en muchas de sus obras de este periodo,

Jardín del amor
Asentamiento en Amberes

Rubens (1577-1640) con más de cincuenta años estaba cansado de pasar tanto tiempo fuera de casa. En una carta a su amigo Gevaerts le diría que "más que ninguna otra cosa en el mundo desearía volver a mi casa y quedarme allí para el resto de mi vida".

Sus misiones diplomáticas, y por tanto sus largos viajes, estaban a punto de llegar a su fin (con ellas había logrado ser nombrado caballero tanto por los reyes de España como de Inglaterra). Así, con esos objetivos cumplidos, y una vez en Amberes, solicita a su protectora, la archiduquesa y Gobernadora de los Países Bajos,  Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II, "como única recompensa a todos mis servicios, que me eximiera de nuevas misiones y me dejara servirla desde mi propia casa".

El juicio de París
Pero fueron sus escasos logros diplomáticos para lograr la tan ansiada paz para su país y la muerte en 1633 de su protectora los que  llevaron a Rubens definitivamente a abandonar la política.

Conseguido su asentamiento definitivo en Amberes, su objetivo inmediato será encontrar nueva esposa, ya que era viudo desde hacía cuatro años.

Vida familiar sosegada

Finalmente, decide casarse con una joven de dieciséis años, Hélène Fourment, hija de un acaudalado comerciante de sedas y tapices y de la hermana de su primera mujer, por tanto, sobrina política suya y treinta y siete años menor que él.

Coronación de Sta. Catalina
En una carta a su amigo Peires (1634) explica los motivos de tal elección en los siguientes términos: "Decidí casarme porque no me encuentro maduro para la continencia del celibato y, puesto que la mortificación es buena. Así que he tomado por esposa a una joven honesta pero burguesa, por más que todos querían persuadirme para que eligiera en la corte. Pero temí y preferí una mujer que no se avergonzara de verme con los pinceles en las manos. A decir verdad, me habría resultado demasiado duro perder mi preciosa libertad a cambio de las caricias de una vieja".

Este matrimonio con la joven Hélène, del que nacerán cinco hijos: Clara Johanna, Frans, Isabella Hélène, Peter Paul y Constancia Albertina, esta última nacida póstumamente, fue un importante revulsivo para el maduro Rubens que se reflejó en su estado de ánimo y en sus pinturas. En adelante, se entregará de lleno a la pintura.

Lirismo pictórico

La felicidad conyugal que vive el artista se expresa en cuadros como el Jardín del amor (Museo del Prado) o los numerosos retratos protagonizados por su esposa, algunos de ellos acompañada de sus hijos. Hélène (rubia y bien entrada en carnes) se convertirá desde ese momento en la principal modelo para el pintor, tanto para las santas como para las Venus, elevando su figura a la categoría de arquetipo.


Hélenè y su hijo
Rubens la pintará como diosa en El juicio de París, 1638-39 (Museo del Prado),  La educación de la Virgen, 1630-33 (Amberes, Musée Royal des Beaux-Arts) o en La ofrenda a Venus, 1635 (Kunsthistorisches Museum, Viena); heroína clásica en Andrómeda, 1638 (Staatliche Mus. De Berlín) o en El descanso en la huida a Egipto, 1632-35 (M. Prado, Madrid).; como mujer bíblica en Bethsabé en el baño, hacia 1635 (Staatliche Kunstsammlungen de Desde); santa cristiana en La coronación de santa Catalina, 1633  (Toledo Museum of Art, Ohio); como esposa en Rubens y Hélène en el jardín, 1631 (Alte Pinakothek de Munich); madre en Hélène Fourment con sus hijos, 1636 (Louvre); o, simplemente, como mujer de carne y hueso en La pequeña pelliza, 1638-40 (Kunsthistorisches Museum de Viena) o Las Tres Gracias, hacia 1639, (Museo del Prado, Madrid).



En esta última década de su vida Rubens no dejará de pintar ni un solo instante y será tan fecunda como las anteriores, pero sus gustos evolucionaran de un bronco barroquismo a un suave lirismo más refinado.

En las obras de estos años se manifiesta el hombre feliz que es Rubens.
Seguirá tratando todos los temas, aunque los asuntos religiosos los concibió con mayor ternura y los profanos, con una desbordante sensualidad. Pero cada vez se acercará más a la naturaleza.



Paisaje con arco iris
En 1635, Rubens comprará el castillo de Het Steen (La Roca), donde en adelante pasará largas temporadas anuales, dedicando buena parte de su trabajo a pintar y a recrear su entorno campestre (ya había pintado anteriormente paisajes, pero ahora lo hará con más frecuencia y con un estilo más personal que los anteriores a esta etapa) pero poco a poco las figuras y las escenas perderán importancia hasta concentrar todo el tema en la naturaleza misma entremezclando realidad con ensoñación  (Paisaje con arco iris, 1635-38, Londres, Wallace Collection; Paisaje otoñal con el castillo de Steen, h. 1636, Londres, National Gallery; Paisaje con alameda, 1638, Boston, Fine Arts Museum; Vista de Het Steen al amanecer (National Gallery de Londres; o El regreso de los campesinos del campo (Galería Palatina del Palacio Pitti, Florencia)

Parecida evolución experimentaron sus personajes de género que irán del refinamiento burgués de El jardín del amor hasta la desbordante voluptuosidad de los campesinos que se manosean, beben y bailan endiablados en La Kermesse (1635-36, París, Louvre) o en La danza aldena (1636, Madrid, Prado). Parece como si Rubens ya no necesitara el pretexto de la mitología para dar rienda suelta a la fogosidad que le despertaban los cuerpos femeninos. Pintará entonces, hacia 1638-40, las desnudeces más carnales y deslumbrantes de su carrera en unas escenas de amor rabiosamente picantes: Diana y Calisto, Ninfas y sátiros y Diana y sus ninfas sorprendidas por sátiros (todas en Madrid, Museo del Prado).



Diana y Calisto
Curiosamente, esta última etapa de felicidad y tranquilidad será en la que pinte sus obras religiosas más violentas y crueles, como podemos observar en el Martirio de San Livinio (Musées Royaux des Beaux Arts de Bruselas). 

Sus últimos encargos oficiales

Uno de los últimos encargos realizados por la archiduquesa Isabel Clara Eugenia será el Tríptico de San Ildefonso. Al fallecer la gobernadora (1633)  será  sustituida en el cargo por el cardenal-infante don Fernando de Austria, hermano menor de Felipe IV. El Concejo de la ciudad de Amberes encargará a Rubens los preparativos de engalanar la ciudad para el recibimiento del nuevo gobernador.



La Vía Láctea
En 1636, al tiempo que el cardenal-infante nombra a Rubens  su pintor de cámara (le hará un espectacular retrato ecuestre), le llega de España el último gran encargo oficial.

Felipe IV deseaba que le decorase el pabellón de caza de la torre de la Parada en los montes de El Pardo, cerca de Madrid. Rubens lo hace mediante una serie de escenas mitológicas tomadas de las "Metamorfosis" de Ovidio (La Fortuna, Ganímedes, La Vía Láctea, El banquete de Tereo o El rapto de Proserpina). En 1638 llegaron a Madrid 112 cuadros, de los que sólo han sobrevivido unos cincuenta (Museo del Prado, Madrid), aunque estos sólo son reflejos cada vez más vagos del arte del maestro pues Rubens se limitó a pintar los bocetos y  fueron pasados a lienzo por sus ayudantes Erasmus Quellinus, Theodor van Thulden, Jan Cossiers, Cornelis de Vos y Jacob Jordanes.



Andrómeda y Perseo
También realizó en esta época lienzos que Carlos I de Inglaterra le solicitó para decorar el techo de la Banqueting House del Palacio de Whitehall de Londres.

El último lienzo

Los ataques de gota eran cada vez más frecuentes en estos años, por lo que se vería obligado a delegar buena parte del trabajo en el taller en estos últimos tiempos. 

 En una carta escrita a su buen amigo Peiresc dice "ahora hace ya tres años que, por la gracia divina, he conseguido recuperar la paz de espíritu tras renunciar a cualquier ocupación distinta a mi amada profesión (...) Me veía perdido en aquel laberinto, acosado día y noche por una sucesión sin fin de preocupaciones urgentes, lejos de casa durante largos meses y obligado a permanecer continuamente en la Corte". 



La virgen y el niño rodeados por santos

El último trabajo realizado por Rubens sería el lienzo de Andrómeda y Perseo (Museo del Prado) obra que dejó sin terminar ya que le sorprendió la muerte mientras trabajaba en él.

Rubens fallecía en su casa de Amberes el 30 de mayo de 1640, a punto de cumplir los 63 años. Fue enterrado en la Iglesia de Santiago (Sint-Jacobskerk) de la ciudad. En 1642 su viuda hizo colocar sobre la lápida, dentro de un marco de mármol, la obra La Virgen y el Niño rodeados por santos, del propio Rubens, que se cree que es a la vez un retrato familiar: el pintor habría representado a Hélène en la figura de la Magdalena y a sí mismo en la de San Jorge.

Rubens dejó tras de sí una obra inmensa ampliamente imitada. 

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