El cristianismo en Oriente Próximo, Oriente Medio y Extremo Oriente tiene una larga y rica historia que se remonta a los primeros siglos de la era cristiana. A pesar de ser la cuna de esta fe, la presencia de los cristianos en estas regiones ha disminuido considerablemente con el tiempo debido a las migraciones, la persecución, la guerra y la inestabilidad política. Aun así, las comunidades cristianas en estas áreas mantienen una importante relevancia cultural y religiosa, aunque enfrentan desafíos significativos en su lucha por la supervivencia. El Cristianismo en Oriente Próximo y Medio: Cuna de la Fe El Oriente Próximo es el lugar donde surgió el cristianismo, una región que abarca los actuales territorios de Israel, Palestina, Líbano, Siria, Jordania, Egipto e Irak. Esta zona fue testigo de la vida de Jesús y de los primeros apóstoles, siendo Jerusalén, Antioquía y Alejandría importantes centros del cristianismo temprano. 1. Las Comunidades Cristianas Históricas Iglesia Ortodoxa Co...
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LOS PÍCAROS: LA FIGURA MÁS POPULAR EN LA CULTURA DEL BARROCO ESPAÑOL
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El pícaro era un personaje característico de la sociedad
española de los siglos XVI a XVIII y tuvo su reflejo en la cultura de la
época
El pícaro tiene una presencia enorme en la literatura, aunque un poco más limitada en la pintura de aquellos días.
La vieja y el muchacho, de Murillo
Los marginados en la España del Siglo de Oro
La
estructura social de los siglos XVII y XVIII impedían la posibilidad de
promoción, esto, junto con las frecuentes crisis económica, consecuencia de los
continuos periodos de guerras, las malas cosechas y las epidemias,
intensificaron la miseria de los menos favorecidos.
A
esta horda de indigentes, cada vez más abundante, no le quedó más remedio que
vivir de la caridad en las grandes ciudades, sobre todo Sevilla y Madrid, donde
acudían para dedicarse a la mendicidad, hasta que un golpe de fortuna les
permitiera conseguir un trabajo con el que ganarse el sustento.
También formaban ese grupo de los desafortunados y marginados los no podían trabajar
por razones de enfermedad, edad o mutilación. Estos tenían el derecho de pedir
limosna, constituyendo un tipo de mendicidad reconocida y socialmente bien
vista.
Sin embargo, abundaban igualmente los falsos
mendigos, es decir, los pícaros. Estos simulaban enfermedades o heridas y tanto
más ganaban cuanta más pena podían dar.
Normalmente
los pícaros (cuya existencia no afectó solamente a España, sino que se
dio a nivel europeo)
robaba lo justo para comer, distinguiéndose del rufián en su carácter cínico y
amoral y en la ausencia de violencia para lograr sus fines.
Por lo general, el pícaro procedía de un estamento social
bajo. y era una persona que tenía que ingeniárselas para poder sobrevivir, lo
que normalmente hacia a costa de la ingenuidad de los demás. Para ello, bien
podía recurrir a un ingenio despierto y vivo, o por el contrario aparentar
estupidez, dependiendo de las circunstancias que se le presentara.
En total, parece ser que a
principios del siglo XVII se cuentan en España más de 150.000 vagabundos (sólo en Madrid se cifran en
3.300 en 1637).
Literatura y picaresca
El pícaro era, por tanto, un personaje característico de la
sociedad española de los siglos XVI a XVIII y tuvo su reflejo en la literatura
de la época (con un número de novelas
que rebasa la cuarentena) que le dedicó todo un género narrativo donde se
contaba la vida y aventuras de estos curiosos personajes.
Silenio borracho, de Ribera
La novela picaresca
surgió como crítica por un lado de las instituciones degradadas de la España
imperial y por otro de las narraciones idealizadoras del Renacimiento: epopeyas, libros de caballerías, novela sentimental y novela pastoril. El fuerte contraste de valores entre los distintos
estamentos sociales de la España de la época generó, como respuesta irónica,
unas llamadas «antinovelas» de carácter antiheroico, mostrando lo sórdido del
momento histórico: las pretensiones de los hidalgos empobrecidos,
los miserables desheredados, los falsos religiosos y los conversos marginados.
Frecuentemente
los pícaros y vagabundos son fustigados en los escritos literarios al asimilar
la mendicidad a la delincuencia y la vagancia, pero por lo general, narran la
“epopeya del hambre” a través de un mundo miserable donde sólo se sobrevive
gracias a la estafa y al engaño y donde toda expectativa de ascenso social es
una ilusión. Estos pícaros son el contrapunto irónico a los valientes
caballeros de épocas pasadas como Don Quijote. Ejemplos inmortales de estos
tipos serán “El Lazarillo de Tormes”, “Guzmán de Alfarache” o “La vida del
buscón llamado Don Pablos”, personajes de las novelas ejemplares de Cervantes,
Lope de Vega o Tirso de Molina.
Adoración de los pastores, de José de Sarabia
Los pícaros en la pintura
A pesar de lo extendido que estaba esta figura del pícaro en
España y que se prodigó en la literatura, no tuvo el mismo reflejo en la
pintura. Su presencia es sumamente limitada.
Sevilla contaba a finales del siglo XVI con cerca de 150.000
habitantes. Era, con mucho, la ciudad más rica y cosmopolita de España a tenor
del monopolio de comercio con América, lo que conllevaba que allí existiera una próspera
colonia de comerciantes y mercaderes en especial flamencos y genoveses para
negociar con los galeones que llegaban de las Indias. La nobleza y la burguesía
de comerciantes se codeaban allí con vividores, aventureros y pícaros. La
riqueza que en la ciudad se movía dio pie también a que Sevilla fuero un
importante centro de mezenazgo artístico. Por eso, los pintores
sevillanos, o vinculados a la ciudad, son los que de forma más directa se van a
hacer eco del personaje del pícaro en sus obras, aunque no fue un tema que
tuviera mucha implantación en los pintores españoles y suelen ser personajes
secundarios de las composiciones.
Invitación al juego de pelota, de Murillo
Esta falta de presencia en las obras pictóricas podrían
explicarse por varias razone. Salvo excepciones, los pintores se dedicaron casi
en exclusividad a plasmar escenas religiosas, pues la clientela así lo
demandaba, además era un personaje demasiado real, lo cual incomodaba a los
mecenas. La pintura tenía un sentido moralizante y su función era reproducir
belleza, ensalzar a los santos —héroes religiosos—. y cantar los hechos
históricos de las glorias nacionales, pero no encumbrar a villanos.
Pinturas
con pícaros
Según reconocen la mayoría de los expertos, son pocos los cuadros que parecen tener una relación directa con la novela picaresca, aunque algún ejemplo hay como el atribuido a Murillo de «Celestina y
su hija en la cárcel» (Museo del Ermitage) con la obra de Alonso Jerónimo Salas
Barbadillo «La hija de Celestina» (1612) o "El Lazarillo de Tormes" de Goya con su homónima literaria.
El Lazarillo de Tormes de Goya
No obstante, no existe tanta unanimidad a la hora de discernir entre un pícaro y un desfavorecido de la sociedad en los cuadros españoles sobre el tema. Sin embargo, hay algunos lienzos en los que se ve claramente la figura del pícaro, como el cuadro de Murillo «Invitación al
juego de pelota a pala» (The Governors of Dulwich Picture Gallery de Londres),
en el que un muchachito con aspecto de golfo está tentando a otro para que deje
el encargo que tiene entre manos y vaya a jugar un rato en la calle.
También aparece este pícaro en otra obra de Murillo: «La
vieja y el muchacho» (Colección del Duque de Wellington, Londres). Aquí. la
vieja aparece comiendo en un plato. mientras resguarda éste del muchacho que
tiene a sus espaldas, quien con un tono burlesco señala hacia ella.
Con similitud temática esta obra deVelázquez titulada «Dos
muchachos y vieja con fruta» o «La vieja frutera» (Nasjonalgalleriet de Oslo),
en el que dos jovenzuelos parecen tratar de engañar a una mujer vieja. El mismo
Velázquez. pinta también el cuadro de los «Tres músicos» (Staatliche Museen.
Berlín), en el que que el más joven parece tener más aspecto de pillo. En “Los
borrachos” ocurriría también lo mismo con los personajes.
Tres músicos, de Velázquez
En «La Adoración de los Pastores» (Museo Provincial de
Córdoba) de José de Sarabia se muestra a un muchacho que mira al espectador y
señala al Niño con el dedo. Su mirada y
su sonrisa burlona nos acerca a la figura del pícaro.
José de Ribera nos ha dejado en su «Sileno ebrio» (Museo de
Capodimonte. Nápoles). la presencia de otro muchachito con aspecto de pícaro.
En «La niña del tamboril» (Col. Drey. Londres), Ribera
retrata a una gitanilla que también tiene aspecto de protagonista femenina de
novela picaresca.
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