Alberto Durero es el
primer maestro del autorretrato. Se retrató en numerosas obras, tanto óleos
como dibujos, el primero de ellos cuando apenas contaba con 13 años.
Posiblemente, el “Autorretrato como
Ecce Homo” sea la culminación de la maestría de Durero como retratista.
|
Autorretrato año 1500. Munich |
Orgulloso y
arrogante
A Albrecht Dürer
o Alberto Durero (1471-1528) fue un artista polifacético. Se le considera el indiscutible genio de la
pintura alemana, y uno de los artistas más brillantes de toda la historia del
Arte, pero además un maestro del autorretrato.
El
autorretrato es un género que eclosiona en el Renacimiento, con algunos precedentes
discretísimos entre la estatuaria gótica.
El autorretrato representa la
autoafirmación del artista como tema digno de su arte. Significa un nuevo
estadio en la consideración de su profesión, de su nivel intelectual y de su
lugar en la escala social, puesto que puede ser él mismo protagonista de las
obras que antes se reservaban única y exclusivamente a Dios, y más tarde a la
monarquía y la aristocracia. Al autorretrarse, un artista se elevaba a las más
altas esferas.
|
Autorrtrato 1498. M. Prado.
|
Sin embargo, en la
temática del autorretrato, el pintor alemán no va a respetar respetaba las reglas artísticas de la época, según
las cuales la mirada directa estaba reservada para Jesucristo.
Nunca antes un
artista había mirado al espectador de una manera tan descarada como Durero en
sus autorretratos, por lo que algunos críticos han querido ver en esta postura
un signo de orgullo y arrogancia, aunque otros lo asocian a la seguridad en si
mismo y al arte que representa.
Pero es que además, Durero no se limita a representarse como un elemento más de una
composición más amplia, sino que se refleja a sí mismo aisladamente.
Durero también fue
el primero en firmar sus obras de manera sistemática con una abreviatura. Las
siglas AD se convirtieron en su emblema y sello de calidad y fueron imitadas al
poco tiempo por otros artistas.
Autoafirmación como artista
Los especialistas del arte
estiman que Alberto Durero estaba obsesionado con su imagen, de ahí la cantidad
de autorretratos que se hizo (es uno de los artistas que más autorretratos
tiene junto con Sofonisba Anguisola y Rembrandt).
A la edad de 13 años
pintó su autorretrato a punta de plata creando de esa manera una de las obras
más famosas del mundo hecha por un niño.
Después vendría otro
dibujo donde
muestra una vez más su rostro juvenil. Sin embargo, este tiene una especial
trascendencia, puesto que nos muestra varios elementos aislados, que
representan al mismo tiempo aquello que caracteriza al artista.
Estos elementos
son la mano, el ojo y el papel. En el resto de sus autorretratos también
aparecen resaltados de alguna manera, puesto que constituían el credo artístico
de su autor.
Estos elementos no son banales y dan cuenta de la concepción que el arte pictórico
tiene para Durero: une la actividad manual, más física y terrenal, con la
actividad intelectual, simbolizada por el ojo, que mira la naturaleza y la
reelabora para que más tarde la mano la plasme sobre el papel.
|
Otro autorretrato juvenil
|
Después vendrían
obras maestras como el autorretrato del Louvre, en el que Durero se nos
presenta como un artista joven, desafiante y orgulloso, imagen acentuada en el
famoso autorretrato del Museo del Prado (1498), en el que se combinan el
retrato y el paisaje visto a través de una ventana.
En busca de la perfección
El “Autorretrato como
Ecce Homo” (Pinacoteca Antigua de Munich) es interpretado como la culminación
de la maestría de Durero como retratista. L
a perfección alcanzada en este es increíble y
admirable, pero hay también se puede apreciar una frialdad casi inhumana.
Este autorretrato es
una obra del año 1500 en el cual aparece Durero frontalmente, vestido ricamente
con una pelliza y sus
cabellos peinados con cuidado y ensortijados sobre sus hombros.
Los dedos de su
mano se han estilizado de manera idealizada y acarician con gran delicadeza la
piel que ribetea su casaca. Su aspecto es el de un gran hombre, elegante,
sereno, seguro de sí mismo.
Los ojos destacan por su viveza penetrante y se encuentran enmarcados por sendas
inscripciones doradas que revelan el nombre del autor a un lado, y la fecha y
su monograma al otro.
Se trata, posiblemente, de la imagen más audaz que jamás un artista haya pintado de sí mismo con una postura de frente absoluto, posición reservada en exclusiva a Cristo (el resto de retratos suelen ser de perfil o de tres cuartos).
En esta obra Durero
se autorretrata con
el aura de una figura sagrada, lo que da pie a interpretarse de diversas
maneras.
Una sería como un
paso más en la tendencia de Durero a autorrepresentarse de manera orgullosa.
Sin embargo, la imagen escogida por el artista es la del Ecce Homo, es decir,
el hombre como interpretación del dolor y el sufrimiento. En definitiva, el
artista estaría representando simbólicamente a la propia humanidad.
|
Autorretrato de 1522 |
Otra interpretación estaría basada en los ojos y la mano, que como en otros de sus autorretratos, adquieren un singular protagonismo.
Mano y ojos son los símbolos de su profesión, la pintura, y al representarse él mismo como figura sagrada se equipara a Dios en dos sentidos: ambos son creadores de una naturaleza propia, la real y la pictórica. Y Durero es la mano que ejecuta lo que el ojo de Dios ve.
También
cabría una tercera interpretación de la obra y sería la de la nueva forma de
entender Durero al artista, es decir, alejado del oficio artesanal al que hasta
ese momento se había visto relegado.
El nuevo pintor es un intelectual, pleno
de sabiduría y digno de estar a la altura de reyes y nobles.
Un desnudo revolucionario
Si sus autorretratos
resultan en si mismos curiosos, no menos cabe decir del que Durero se
representa en un desnudo integral y frontal, algo absolutamente excepcional en
un pintor de su tiempo.
Posiblemente, con este retrato
desnudo podría querer mostrar a los espectadores, dicen los expertos, la pura
intimidad, la pura crudeza de los sentidos.
Esta no es una obra
demasiado conocida del artista alemán, pero tiene un efecto revolucionario, un
auténtico punto de inflexión en la historia de la pintura. Inaugura caminos que
posteriormente sólo se explorará en el arte de finales del XIX y del XX, en el
expresionismo y en cierto realismo contemporáneo.
Los autorretratos de Durero, que hoy día se
encuentran en museos de renombre internacional, se caracterizan por una
precisión y un refinamiento que todavía sigue cautivando a los espectadores.
*****
CONTENIDO RELACIONADO