Su reinado duró 44 años. Fue el más largo de la casa de
Austria y el tercero de la
historia española, pero a pesar de ello, de no ser por los cuadros en los que
Velázquez le inmortalizó habría caído prácticamente en el olvido.
A
Felipe IV se le llamaba pasmado porque tenía cara de alelado, la mandíbula
eminente y el labio caído. También se ha escrito
de él que era “un Hércules para el placer y un impotente para el gobierno”.
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Por Velázquez |
Un rey pasmado, fiestero y obseso sexual
Felipe IV (1605-1665) gobernó sobre cuatro continentes
(de ahí el apodo de “rey Planeta”), pero nunca salió de la Península Ibérica y
por ella viajó muy poco. No fue un rey belicoso, pero su reinado no conoció un
año de paz. En ese periodo hubo guerras contra suecos, daneses, ingleses,
holandeses y franceses.
Los primeros años del reinado fueron de bonanza y victorias militares
(representadas en los cuadros como La rendición de Breda, que pinta
Velázquez en 1634). Pero con el tratado de Westfalia se acaban los
triunfos.
La historia
oficial y los retratos de Velázquez, pintor de cámara de Felipe IV se han
encargado de transmitirnos una imagen de este monarca como un rey
angustiado, recatado y devoto gracias a
la etiqueta austera y oscura con que impregna su imagen en los lienzos el
maestro sevillano.
Los retratos del pintor sevillano
inciden en un contexto reservado y contenido, con el rey enclaustrado en
interiores asfixiantes.
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Por Velázquez |
Pero esta imagen está muy lejos de
las crónicas que dicen que vivió rodeado de una corte fastuosa, la más numerosa
y espléndida de su época, mientras el país sufría una grave crisis económica,
fiscal, demográfica, política, hundida en la
corrupción, el despilfarro y el escepticismo.
Ha sido señalado como el responsable
del declive español por su debilidad de carácter, por su pereza intelectual y
por su obsesión por el sexo. Que no supo resolver las dos grandes revueltas
secesionistas (Cataluña y Portugal) y se olvidó
de atender el hambre y el paro de sus ciudadanos, que lo amenazaron con motines
contra la exclusión.
También se le tacha de gobernador
negligente y que depositó el gobierno de España en las manos de sus consejeros
para que ellos se ocuparan de los asuntos reales mientras él prefirió
entregarse a la caza, los toros, la fiesta continua y las mujeres (con
predilección por estas últimas).
Vuelven a relatar las crónicas que
“desde el Alcázar a la mancebía, pasado por el corral de comedias, no había
límites para sus ardores; pero sus preferencias iban más a las mujeres humildes
que a las linajudas”. Le adjudican 32 hijos naturales y la relación
extramatrimonial más notoria fue la que mantuvo con la bella, talentosa y joven
actriz de teatro María Inés Calderón, la Calderona.
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Por Velázquez |
Por otro lado, hay un texto de un viajero francés (Antoine
de Brunel, de 1655) que podría darnos una idea de la imagen que transmitía el
monarca. Dice así: Todas sus
acciones y ocupaciones son siempre las mismas y marcha con paso tan igual que,
día por día, sabe lo que hará toda su vida (...) Así, las semanas, los meses y
los años y todas las partes del día no traen cambio alguno a su régimen de
vida, ni le hacen ver nada nuevo; pues al levantarse, según el día que es, sabe
qué asuntos tratar y qué placeres gustar. Tiene sus horas para la audiencia
extranjera y del país, y para firmar cuanto concierne al despacho de sus
asuntos y al empleo de su dinero, para oír misa y para tomar sus comidas, y me
han asegurado que, ocurra lo que ocurra, permanece fijo en este modo de obrar
(...) Usa de tanta gravedad, que anda y se conduce con el aire de una estatua
animada. Los que se acercan aseguran que, cuando le han hablado, no le han
visto jamás cambiar de asiento o de postura; que los recibía, los escuchaba y
les respondía con el mismo semblante, no habiendo en su cuerpo nada movible
salvo los labios y la lengua.
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Un rey del Siglo de Oro
A pesar
de todo, hay historiadores que intentan rescatar su vilipendiada imagen del
monarca aludiendo a que no se le ha interpretado correctamente al no situarle
en el contexto del siglo XVII. Que hay, dicen, otra realidad y es la de un Felipe IV apasionado de las artes, en especial de la
pintura y el teatro, inteligente, muy culto y lleno de ganas de vivir.
Igualmente
estos mencionan que es un tópico decir de este monarca que sólo estaba entregado a sus placeres y gobernado por
validos como Olivares y sus sucesores, que estos no fueron sino sus primeros
ministros, hombres de confianza y que se puede afirmar que trabajó mucho en el
despacho atendiendo los asuntos de Estado.
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Por Velázquez |
Manifiestan también que fue un rey
con personalidad, que aprendió idiomas, tuvo una
enseñanza artística, conoció muy bien la Biblia y que sabía cuáles eran sus
fallos.
Que, además, tuvo un buen ojo cuando con 18 años decidió que Velázquez
(que contaba entonces con 24) debía ser el responsable de moldear su imagen
pública. Una decisión, argumentan, que prueba el buen gusto del monarca.
Pero los historiadores menos
entusiastas de la figura de este rey aseguran
que es un soberano poco conocido y que habría caído en el olvido de no
ser porque su principal mérito fue el de llamar a su servicio a Diego
Velázquez.
Eso sí, fue el rey de las artes y del Siglo de Oro de Quevedo, Baltasar
Gracián, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Tirso de Molina, Zurbarán,
Murillo, Maíno…