Entre los militares más prestigiosos del reinado de los Reyes Católicos destaca Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido
como el Gran Capitán.
El Gran Capitán fue un genio militar que por primera vez
manejó combinadamente la infantería, la caballería, y laartillería aprovechándose del apoyo naval. Además, revolucionó la técnica militar mediante
la reorganización de la infantería en coronelías (los futuros tercios).
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El Gran Capitán |
Las guerras de Granada
Pero fue en la larga Guerra de Granada, donde sobresalió como soldado y donde
demostró dotes de mando, así como ingenio práctico. se hizo cargo de las últimas
negociaciones con el monarca nazarí Boabdil para la
rendición de la ciudad a principios de 1492. En recompensa por sus destacados
servicios, recibió una encomienda de la Orden de Santiago, el señorío de Órgiva, provincia de Granada, y determinadas rentas sobre la
producción de la seda granadina, lo cual contribuyó a engrandecer su fortuna.
Después vinieron las expediciones a Italia del Gran Capitán
entre 1494 y 1498 gracias a cuyas hazañas Aragón recuperó totalmente el reino
de Nápoles. Terminada la guerra, Fernández de Córdoba gobernó como virrey en
Nápoles durante cuatro años, con toda la autoridad de un soberano.
La muerte de su valedora
En 1504, Fernando el Católico logró uno de los
objetivos que había acariciado durante más tiempo. Por fin, tras décadas de
intentos, el reino de Nápoles había pasado a poder español. Las tropas y el
dinero de Castilla consiguieron expulsar a los franceses de aquella antigua
posesión aragonesa y derrocar a la dinastía local gracias a una serie de
sensacionales victorias del Gran Capitán.
Sin
embargo, ese año fue también el de la muerte de su esposa, Isabel la Católica,
la reina de Castilla. El fallecimiento lo dejó en una posición política muy
débil, ya que sus derechos al trono castellano dependían únicamente de su
condición de rey consorte. La heredera legítima era su hija, Juana, casada con
el archiduque Felipe de Habsburgo, quien no iba a permitir las injerencias de
Fernando en el trono de Castilla.
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El Gran Capitán |
La
muerte de la reina Isabel, además, reabrió viejas heridas mal cerradas en el
tejido social castellano. La gran nobleza, que odiaba con saña al «viejo
aragonés», como lo llamaban, no desaprovechó la coyuntura y se pasó en bloque a
apoyar a Felipe.
Finalmente,
Fernando se vio obligado a entregar todo su poder de Castilla a su yerno y
retirarse a Aragón, sus tierras patrimoniales.
Al rey
de Aragón todo parecía ponérsele en contra. Pero buscó una salida y la encontró gracias a una jugada maestra
de la diplomacia. Fernando se alió con su más acérrimo enemigo, Luis XII de
Francia, y se casó con la sobrina de éste, Germana de Foix, de apenas 17 años.
El enlace entrañaba una colaboración política entre los dos monarcas, lo que
suponía una amenaza directa para Felipe el Hermoso. También conllevaba la
posibilidad de que la Corona de Aragón quedara separada de la de Castilla si la
nueva pareja tenía descendencia masculina. Sólo el azar biológico evitó este
desenlace, ya que el matrimonio tuvo un hijo que murió nada más nacer.
Pero dos
años más tarde la suerte le iba a sonreír aún más. Su yerno fallecía de
repente. Tan rápido
se desarrolló todo, que más de uno habló de que alguien lo había envenenado,
cosa nada rara en la época, aunque más bien parece que el impetuoso príncipe
flamenco fue víctima de una epidemia de peste que asolaba la Península.
Comoquiera que fuese, la desaparición de Felipe permitía a Fernando volver a
ocupar el poder en Castilla, esta vez como regente, actuando en nombre de su
hija Juana y de su nieto, el futuro emperador Carlos V, por entonces un niño de
seis años.
Regresó con mayor fuerza que
nunca, dueño absoluto del reino de Nápoles y decidido a vengarse de quienes lo
habían traicionado cuando falleció Isabel y se habían pasado al bando de Felipe
el Hermoso. Para
ello el Rey Católico no dudó en valerse de la Inquisición. Sin embargo, el
monarca no pudo llevar a cabo la venganza total contra la alta nobleza por el
enorme potencial militar de tan poderoso grupo.
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Gonzalo Fernández de Córdoba |
Por otro
lado, la conquista de Nápoles, dirigida por Fernández de Córdoba, se había
realizado sobre todo con dinero y tropas también castellanas, pero ahora, Fernando prefería integrar el reino italiano
a su corona, y justamente por ello temía que se le pudiesen discutir sus
derechos. Además, estaba la incómoda figura del Gran Capitán, nombrado virrey,
de quien algunos decían que estaba dilapidando el patrimonio regio napolitano
repartiendo toda suerte de mercedes a sus subordinados e incluso se rumoreaba
que el aclamado general tramaba dar un golpe de mano para convertirse él mismo
en rey de Nápoles.
De este
modo, Fernando decidió ir a Nápoles y cortar por lo sano. El Parlamento del
reino lo reconoció como rey, lo que significaba que automáticamente el Gran
Capitán cesaba en sus funciones de virrey. Para compensarlo, el Rey Católico le
concedió un nuevo título, el de duque de Sessa, así como el cargo de maestre de
la Orden de Santiago. El veterano general, que ya contaba con 56 años, se vio
obligado a abandonar Italia, el país que había conquistado para un rey que
ahora se deshacía de él sin contemplaciones.
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Fernando el Católico |
Las cuentas al Gran Capitán
Cuenta
la leyenda que cuando el rey pidió al Gran Capitán que justificara los gastos
realizados como virrey de Nápoles, este, sintiéndose ofendido y haciendo gala
de su característica sorna, le mostró una lista con las cantidades desorbitadas
que había gastado... en beneficio únicamente del rey: “Por picos, palas y azadones, cien
millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los
españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los
soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por
reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento
setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a
estas pequeñeces del rey a quien he
regalado un reino, cien millones de ducados”.
Aunque
de la veracidad de la historia no hay pruebas fehacientes y aunque no está demostrado que el rey le pidiese
cuentas, si que es cierto que el Gran Capitán, para justificar que lo que se
decía de él no era cierto, presentó unas cuentas (que se conservan en el Archivo
General de Simancas, con tal detalle, que han quedado como ejemplo de
meticulosidad en la lengua popular.
Gonzalo Fernández de Córdoba, finalmente, se retiró a Loja
(Granada), pese a haber querido continuar su vida en Nápoles, donde murió en
1515.
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