Aunque en el vida de Inés de Castro la leyenda y la realidad van de la mano lo cierto es que cuando su amante y enamorado Pedro I de Portugal ascendió al trono, la hizo nombrar reina consorte.
Si bien es cierto que posiblemente el rey no hiciera exhumar su cadáver para la coronación, si es posible que la ceremonia se llevara a cabo con una imagen de Inés en cera.
|
Inés de Castro |
La realidad y la leyenda
Se ignora la fecha exacta del
nacimiento de Inés de Castro, aunque se da por válida la de 1325) ni su lugar
de nacimiento, aunque bien podría haber aconteció en la comarca gallega de La
Limia, ya que su familia, la poderosa Casa de Castro, emparentados con los
primeros reyes de Castilla (su padre era nieto de Sancho IV de Castilla y su
madre descendía de Alfonso VI de Castilla), eran los señores del lugar (de
Monforte de Lemos).
En la vida de Inés de Castro
confluyen y se confunde tanto la leyenda como la historia real, pero lo cierto
que aún hoy día las modernas investigaciones no han podido desvelar por
completo que parte corresponde a una y cual a otra.
Inés era hija natural y aunque no
se sabe nada de sus primeros años, se cree que debió ser educada en el palacio
de don Juan Manuel, duque de Peñafiel y marqués de Villena, al lado de la hija
de este, Constanza Manuel, a su vez prima de Inés.
A Constanza Manuel, con tan sólo
nueve años, su padre la casa con el rey Alfonso XI de Castilla que a la sazón
contaba catorce años. Dada la minoría de edad de Constanza el matrimonio no
llegó a consumarse, aunque Constanza pasó a titularse reina de Castilla. Pero
dos años más tarde fue repudiada por su marido pues este quería casarse con
María, hija del rey de Portugal, Alfonso IV a fin de estrechar lazos con este
reino.
Pero Alfonso XI no la dejó
marchar, sino que la recluyó en el castillo de Toro. Tuvieron que pasar varios
años y una declaración de guerra por parte del padre de Constanza al rey de
Castilla para que este la devolviera a su familia.
Cuando Constanza cumplió quince
años su padre, la vuelve a prometer, esta vez al infante don Pedro, heredero de
Portugal y futuro Pedro I, cuatro años menor que ella. Finalmente la boda se
lleva a cabo por poderes cinco años más tarde, y una vez que obtiene el permiso
del rey Alfonso para viajar a Portugal se casa en Lisboa en 1339.
|
Pedro I de Portugal |
Constanza tuvo tres hijos con el
infante don Pedro: Luís (que sólo vivió ocho días), María, (1342-1367) y
Fernando (1345-1383), que sería el futuro rey Fernando I de Portugal. Pocos
días después del nacimiento de este su tercer hijo, en 1345, Constanza murió de
puerperio.
En el séquito que Constanza había
llevado a Portugal para su casamiento con don Pedro iba precisamente Inés de
Castro como su dama de compañía, de la que el infante luso se enamoraría, según
la tradición, perdidamente. Sin embargo, dada la noble condición de Inés no
estaba bien visto que fuera amante, pero parece que el enamoramiento era tal
que los celos anidaron en Constanza.
Sin embargo, a partir de la muerte
de la reina (1345) las cosas entre Pedro e Inés cambiaron y pudieron dar rienda
suelta a su pasión. La pareja tuvo cuatro hijos: Alfonso (1346), muerto al poco de nacer; Beatriz (1347–1381); Juan de Portugal (1349–c. 13961387) y Dionisio (1354–1397). La descendencia de Inés
no ascendió directamente al trono, pero contrajo alianzas con todas las
familias reinantes en Europa, en especial su hija Beatriz.
|
Asesinato de Inés |
Boda
secreta y asesinato
Nueve
años después de la muerte de la esposa legítima de Pedro I, se casó éste con la
que había sido durante tanto tiempo su amante, santificando su unión ante el
obispo de Guarda y de algunos servidores; pero si la unión fue bendecida,
ningún documento pudo presentarse que lo probara; nada especificó los derechos
que adquirían la nueva esposa y sus hijos, y ninguno de los testigos del
matrimonio, ni el mismo príncipe, cuando llegó a ocupar el trono, pudieron
asignar una fecha precisa a aquel matrimonio clandestino que debía dar una
reina a Portugal.
En 1355,
Alfonso IV el Bravo recibió la visita de varios personajes influyentes,
enemigos de la familia Fernández de Castro, y persuadieron al rey de que era
preciso disminuir las pretensiones de aquella casa poderosa que se hacía temer
casi tanto en Castilla como en
Portugal, y que el medio más seguro de conseguirlo era quitar la vida a Inés,
que iba a subir al trono de Portugal. Los principales instigadores de este
atentado fueron tres señores enemigos de los Castro, llamados Alonso Gonçálvez,
Pedro Coelho y Diego López Pacheco.
El rey
entonces empezó a temer por su nieto Fernando, el hijo de Constanza, pero por
otra parte consideraba demasiado cruel matar a una mujer inocente. Pero lo cierto
es que el rey aprovechó un día en que el infante Pedro había organizado una
cacería, y se dirigió secretamente al Monasterio de Santa Clara, próximo a la Quinta das lágrimas, en
Coimbra, donde residía su hijo con Inés. Cuando Inés supo la llegada del rey y
sus intenciones le suplicó al monarca por su vida rodeada de sus hijos. El rey
se apiadó y abandonó el lugar, pero los instigadores le volvieron a suplicar
que les dejara acabar con la vida de Inés. El rey no lo impidió, y los entraron
en las estancias de Inés y la mataron a puñaladas.
Una corona póstuma
Su asesinato provocó la ira de Pedro
que incluso se levantó contra su padre, aunque pronto se reconcilió con él. Pero
dos años más tarde, en 1357, el rey falleció y Pedro le sucedió en la corona portuguesa.
Cuando Pedro subió al trono
anunció su firme voluntad de casarse póstumamente con Inés y que al mismo
tiempo tenía la intención de que fuera nombrada reina de Portugal. Según la leyenda admitida por la
tradición, pero no probada por la historia, el nuevo rey de Portugal mandó
exhumar el cadáver de Inés y la sentó en el trono haciéndola coronar y
obligando así a los cortesanos a que le rindieran los honores debidos a una
reina.
|
Sepulcro de Inés de Castro |
Sin
embargo, parece ser que las crónicas nada dicen sobre esta exhumación y esta
ceremonia. Algunos historiadores suponen que el origen de esta leyenda puede
ser la costumbre que en Portugal había de besar la mano del cadáver de los
reyes difuntos, o también de que en los siglos XIV y XV las efigies de los reyes,
modeladas en cera, se colocaban sobre el túmulo funerario, y tal vez esta
efigie de Inés fuera colocada por Pedro en el trono, obligando a que a su
imagen, y no a su cadáver, se le
rindiera homenaje.
El rey luso también vengó la
muerte de Inés. Tan pronto como pudo se encargó de ajusticiar a sus asesinos. De los tres instigadores de la
muerte de Inés, Pedro Coelho y Álvaro Gonçalves expiaron de un modo terrible su
crimen; al primero le fue arrancado el corazón por el pecho, y al segundo por
la espalda; Pacheco consiguió escapar a Francia y se perdió su rastro.
También se cuenta que los
funerales por Inés fueron espléndidos. Su cuerpo fue depositado en Alcobaça en una tumba de mármol blanco, con una
efigie coronada que Pedro había hecho preparar de antemano, y cerca de la cual
hizo erigir su propia sepultura. Dispuso que los catafalcos se tocaran los pies
pues quería que el día de la resurrección, al levantarse, su primera imagen a
contemplar fuera la de Inés.