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EL NÚMERO PI: UN VIAJE A TRAVÉS DE LA ETERNIDAD MATEMÁTICA

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 El número π (pi) es uno de los conceptos matemáticos más enigmáticos y fascinantes que existen. Este número irracional ha cautivado a matemáticos, científicos y filósofos durante milenios, ya que representa no solo una constante matemática fundamental, sino también un símbolo de los misterios del universo y la naturaleza misma de las matemáticas.  ¿Qué es el número Pi? Pi es la relación entre la circunferencia de un círculo y su diámetro. Esto significa que, sin importar el tamaño del círculo, la longitud de la circunferencia siempre es aproximadamente 3,14159 veces el diámetro. Esta relación se simboliza con la letra griega π y se conoce desde la antigüedad, aunque su precisión y comprensión han avanzado a lo largo de los siglos. El número Pi es un número irracional , lo que significa que no puede expresarse exactamente como una fracción simple. Además, su expansión decimal es infinita y no periódica , es decir, sus dígitos no siguen ningún patrón repetitivo, lo que añade una capa d

JORGE JUAN: EL MARINO ESPAÑOL QUE "ACHATÓ" LOS POLOS DE LA TIERRA

Gracias a sus conocimientos, participó en la medición del meridiano terrestre demostrando que la Tierra estaba achatada en los polos. También reformó el modelo naval español.

Por su erudición, su fama trascendió las fronteras y en toda Europa se le conoció  como el Sabio Español, siendo admitido en la Real Academia de las Ciencias francesa y en la Royal Society de Londres.

Jorge Juan
Un estudiante aventajado

Jorge Juan y Santacilia, fue marino, humanista, ingeniero naval y científico. Descendía de ilustres familias alicantinas, nació en Novelda (Alicante) un 5 de enero de 1713.

Pero  cuando tenía tres años de edad quedó huérfano de padre por lo que sería bajo la tutela de su tío paterno, Antonio Juan, canónigo de la colegiata, que estudió  las primeras letras en el colegio de la Compañía de Jesús de Alicante. Poco después, su otro tío paterno, Cipriano Juan, Caballero de la Orden de Malta, se encargó de su educación enviándole a Zaragoza para que cursara allí los estudios de Gramática, que en aquel tiempo constituían una enseñanza preparatoria para otros estudios superiores.



A los doce años, y tras un minucioso examen concerniente a la limpieza de sangre de sus antecesores, fue aceptado y enviado a la isla de Malta para recibir el hábito de la conocida Orden. Al cabo de un año pasó a ser paje del Gran Maestre don Antonio Manuel de Villena, que le concedió el título de Comendador de Aliaga en Aragón,- su primer título a los catorce años -, teniendo para ello que haber participado en ataques a los galeotes moros, cosa que debió influir en su vocación de marino. La condición de Caballero de la Orden de Malta implicaba también el celibato durante toda la vida.

En 1729, con dieciséis años, regresó a España para solicitar su ingreso en la Real Compañía de Guardias Marinas de Cádiz. Tres meses después fue admitido.


En la Academia se impartían modernos estudios técnicos y científicos con asignaturas como Geometría, Trigonometría, Observaciones astronómicas, navegación, cálculos de estima, hidrografía, cartografía, etc., completando una formación humanística (las teorías de Newton eran conocidas y divulgadas allí, así como las ideas ilustradas y enciclopedistas) con otras clases de dibujo, música y danza. Pronto adquirió fama de alumno aventajado.

En 1734, con 21 años, finaliza sus estudios de Guardia Marina, tras haber navegado durante tres años por el Mediterráneo, participando en numerosas expediciones, bien contra piratas, en la campaña de Orán, o en la escuadra que acompañó a Nápoles para sentar en el trono al entonces infante don Carlos, que más tarde sería Carlos III de España.


Entre otros maestros en el arte de navegar tuvo como general al Marqués de Mari, su capitán en la Academia de Cádiz, y como comandantes al Conde de Clavijo, al célebre don Blas de Lezo y a don Juan José Navarro, después Marqués de la Victoria.

Achatamiento de los polos
Una medición histórica

En el mismo año que Jorge Juan acabó sus estudios, 1734, Felipe V recibió la solicitud de su primo el rey Luis XV de Francia, para que una expedición de la Real Academia de las Ciencias de París formada por Louis Godin, Pierre Bouger y Charles M. De la Condamine, viajase a Quito, en el Virreinato del Perú (territorio en ese momento de la corona española), a medir un arco de meridiano y obtener el valor de un grado terrestre que pudiese ser comparado con otras mediciones practicadas por Maupertius en Laponia.

Esta medición, que venía siendo un problema ya desde la época griega, se convirtió en el siglo XVIII en una agria polémica: se pretendía determinar de una vez por todas el achatamiento de los polos tenía forma de melón, como decían académicos como Cassini, partidarios además de la mecánica cartesiana, o de sandía, como defendía Maupertius y otros sabios como Newton, Halley y Huygens, apoyándose en la teoría de la gravitación universal (los cuerpos pesaban menos en el Ecuador), o en las experiencias del péndulo (no oscilaba con la misma frecuencia en diferentes lugares).

Contra estos últimos estaba casi todo el mundo, incluida la España ilustrada de Feijóo, y sería la famosa expedición, en la que participó Jorge Juan, la que zanjaría la polémica a favor de ellos.

Felipe V, mediante una Real Orden del 20 de agosto de 1734 ordenaba elegir a...dos de sus más hábiles oficiales, que acompañasen y ayudasen a los académicos Franceses en todas las operaciones de la Medida,  participando además en la mitad de los gastos de la expedición. Sorprendentemente eligieron, no a dos oficiales, sino a dos jóvenes guardias marinas: Jorge Juan y Santacilia y Antonio de Ulloa y de la Torre-Guiral, que si bien habían finalizado sus estudios brillantemente, no tenían más que veintiuno y diecinueve años y carecían de graduación militar, por lo que se les ascendió al empleo de tenientes de navío, sin pasar por los tres de alférez de fragata, alférez de navío y teniente de fragata. Desde el primer momento surgió una amistad y comprensión que se prolongó toda la vida, repartiéndose el trabajo según las instrucciones recibidas; Jorge Juan sería el matemático, Antonio de Ulloa el naturalista.

Las tareas encomendadas a los dos jóvenes fueron muy diversas: llevar diario completo del viaje y de todas las medidas físicas y astronómicas, cálculos de longitud y latitud, levantar planos y cartas, descripción de puertos y fortificaciones, análisis de costumbres, estudios de botánica y mineralogía, y elaboración de un informe secreto sobre la situación política y social de los virreinatos, además de un control policíaco sobre los académicos franceses, dado que su paso por las colonias suponía obtener datos que caerían en manos de los ministros de Luis XV.

La medición del grado del meridiano se prolongó desde 1736 a 1744 debido a las grandes dificultades que tuvieron que superar. Su larga estancia estuvo también alterada con otros incidentes.

Antonio de Ulloa
Para los cálculos, decidieron separarse en dos grupos, Godín con Juan, La Condamine y Bouguer con Ulloa; ambos grupos efectuarían las medidas en sentido contrario, con el fin de comprobar su exactitud.

La empresa finalizó con éxito. A partir de entonces, con el conocimiento exacto de la forma y magnitud de la Tierra, se podía cartografiar situando correctamente longitud y latitud, y de hecho Jorge Juan y Antonio de Ulloa realizaron cuarenta de las cien cartas modernas del mundo. Juan estableció como valor del grado de Meridiano contiguo al Ecuador, 56.767.788 toesas, en un cálculo que fue el más aproximado de todos. La unidad de medida pasó a ser el metro, y con ello un sistema métrico decimal adoptado universalmente.

Tras nueve durísimos años, regresaron, pero en navíos distintos, con el fin de asegurar que uno de los duplicados de las notas y cálculos llegaran a su destino. Jorge Juan no tuvo problemas, pero el barco de Ulloa fue apresado por los ingleses aunque le dio tiempo a deshacerse de información comprometida.

Un marino ilustre

Al llegar a Madrid había muerto Felipe V, y fueron recibidos con indiferencia en el despacho de Marina y en la Secretaría de Estado. Jorge Juan estaba desencantado, pero casualmente fue presentado al Marqués de la Ensenada, quien vio en los dos jóvenes a las personas ideales para desarrollar su política naval y de armamentos, apreciando su valía. A partir de entonces se inicia una etapa de trabajo fecunda y una relación de amistad con el Marqués, que duraría toda la vida.

El Marqués hizo posible que se publicaran los trabajos de los dos jóvenes sobre el desarrollo de la expedición a Quito (las Observaciones y los cuatro volúmenes de la Relación Histórica) presentándose estos en 1748 con una en una tirada de 900 ejemplares, (la edición francesa de La Condamine no aparecerá hasta 1751).

Transcurrido un tiempo, el Marqués de la Ensenada enviaría a Jorge Juan a Londres con instrucciones precisas y secretas para espiar todo lo relacionado con la construcción naval inglesa para su reforma de la Armada y así poner a España al nivel de los mejores países de Europa.

Pero Juan, desilusionado por el sistema de construcción naval inglés, a su regreso de Londres ideó un nuevo plan español que, aprobado por el Rey en 1752, se implantó de modo general en todos los departamentos, imponiéndose en los astilleros de Cartagena, Cádiz, El Ferrol, y La Habana.

Ya como capitán de navío, en 1752 el Rey le nombra director de la Academia de Guardias Marinas, donde Jorge Juan implantará las enseñanzas más avanzadas de la época. Fundará el Observatorio Astronómico de Cádiz, así como el de Madrid, dotándolos con los mejores aparatos de su tiempo.

En Cádiz, tuvo también ocasión de realizar nuevos estudios con cálculos matemáticos para construir navíos ligeros y veloces sin descuidar la seguridad y resistencia. Además, supervisa la construcción de los diques y organizar los arsenales, soluciona los problemas en las minas de Almadén y Linares, los de los canales de riego de Murcia y Aragón, etc.

Marqués de la Ensenada
Jorge Juan sentó las bases para una moderna cartografía de España e intervendrá para abrir una cátedra de Matemáticas en Alicante. En junio de 1754 el Rey le nombra Ministro de la Junta General de Comercio y Moneda, con el encargo de examinar y arreglar varios pesos y ligas de las Monedas.
Su gran obra Examen Marítimo (aunque hubo otras muchas), en la que trabajaría durante mucho tiempo y se publicaría en Madrid catorce años más tarde, en 1771. Esta obra en dos volúmenes - el primero dedicado a la mecánica del buque, y el segundo a su construcción y maniobra -, sería la piedra angular de la teoría de la construcción naval, la primera escrita con cálculos matemáticos.

Una vez caído en desgracia, por intrigas políticas, el Marqués de la Ensenada, su protector, poco a poco fue sustituido el modelo de construcción estudiado por Juan, por el modelo francés, algo que alegró enormemente a los ingleses que vieron con como los planes de recuperación naval de España quedaban estancados.  Poco antes de morir, Jorge Juan, escribió una dura carta a Carlos III por su subordinación ciega al modelo francés y vaticinando graves pérdidas, como ocurriría en Trafalgar 32 años después, cuando los ligeros navíos ingleses dieron al traste con la pesada y vetusta flota hispano francesa.

En 1766, cumplida su labor en Cádiz, Carlos III le nombra Embajador Extraordinario en la Corte de Marruecos para una difícil misión política. Tras más de seis meses de actividad diplomática que no sentaron bien a su salud, regresó con la misión cumplida de haber firmado un Tratado de 19 artículos, en el que las aspiraciones españolas quedaban aseguradas en muchos puntos.

En los últimos años, también elaboró un plan para la expedición que realizaría el cálculo del paralaje del Sol, es decir, la medición exacta de su distancia a la Tierra. Esta expedición, dirigida por Vicente Doz, salió de Cádiz en 1769 y el 3 de Junio midieron desde la costa de California el fenómeno astronómico. Los resultados entre las diferentes mediciones fueron perfectos y pusieron fin al problema de la determinación exacta de la escala del sistema solar.

Murió Jorge Juan el 21 de junio de 1773, a los 60 años, enterrado en la iglesia de San Martín. Sus restos mortales fueron inhumados en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz) el 2 de mayo de 1860.






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