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LOS ANTIGUOS PUEBLOS Y CIVILIZACIONES DEL MEDITERRÁNEO: PROTAGONISTAS DEL DESARROLLO DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

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El Mediterráneo ha sido testigo del surgimiento de algunas de las civilizaciones más influyentes y fascinantes de la historia. A lo largo de milenios, las antiguas culturas que florecieron en esta región construyeron grandes ciudades, desarrollaron complejas religiones y establecieron rutas comerciales que conectaron África, Asia y Europa. El legado de estas civilizaciones sigue vivo hoy en día, y su influencia ha perdurado en la cultura, la política y la economía del mundo moderno. Civilización Egipcia: El Gran Imperio del Nilo La civilización egipcia es una de las más antiguas del mundo y su influencia en la cuenca del Mediterráneo fue inmensa. Aunque su núcleo estaba a lo largo del río Nilo, el control que los egipcios ejercieron sobre las rutas comerciales y las interacciones con otros pueblos mediterráneos los convirtió en un actor clave en la región. Los egipcios fueron pioneros en campos como la arquitectura, con sus monumentales pirámides, y en las matemáticas y astronomía. Ade...

AMADEO I DE SABOYA: CRÓNICA DE UNA CORONA IMPOSIBLE

Fue rey de España durante poco más de dos años, en un periodo marcado por la inestabilidad política. Fue Amadeo el primer rey de España elegido en un Parlamento,

La cerrazón de los españoles acabaron con Amadeo I, un rey que podría haber sido, según los historiadores, el mejor del siglo XIX.


Amadeo I
En busca de un rey

La Revolución de 1868 echó a Isabel II de España. El poder quedó en manos de los generales Prim y Serrano y del partido progresista. Las Cortes Constituyentes votaron que la forma del Estado sería la monarquía constitucional, es decir, el monarca estaría sometido a la Constitución, al Parlamento y a la soberanía popular.

No fue tarea fácil encontrar un monarca para España. Las potencias extranjeras presionaban a favor de sus respectivos candidatos (tanto que Francia y Prusia, por ejemplo, terminaron enfrentándose en la guerra franco-prusiana), pero no valía cualquiera, ni todos quisieron


Había cuatro condiciones inexcusables de los progresistas españoles para aceptar al candidato: ante todo, la dinastía del aspirante debía tener un perfil liberal (no haberse opuesto a un régimen constitucional); el aspirante tenía que ser católico (aunque no necesariamente vaticanista); no debía identificarse con partido alguno; y, además, el pretendiente debía acatar el sistema constitucional.

Tras el exilio de Isabel II a Francia, se formó un gobierno provisional. Juan Prim había sido uno de los principales partípes de la revolución que forzó a Isabel a exiliarse. Según los analistas de este periodo, los miembros de este grupo realmente no tenían un programa político, simplemente estaban unidos por sus sentimientos anti-isabelinos, y en cualquier caso, una vez terminada la revuelta, cada uno quiso jugar un papel importante en el nuevo gobierno. Pero lo que si parecían tener claro es que, debido a la idiosincrasia española, hacía falta un nuevo rey.


Isabel II
Así, el nuevo parlamento proclamó la Constitución de 1869 que preveía una monarquía constitucional. Hubo muchos pretendientes al trono, pero no se consideraron como candidatos. Finalmente Prim propuso a Amadeo de Saboya, que era latino, católico y masón, como Prim (los españoles le llamarían el "Rey de Prim").

Efectivamente, todo parecía apuntar a que Amadeo Fernando María de Saboya (1745-1790), segundo hijo del rey de Italia (los Saboya en Italia estaban desempeñando perfectamente el papel de monarcas liberales sometidos a la burguesía e incluso fueron excomulgados por la Iglesia vaticana), era el perfecto candidato por su  postura liberal y su catolicismo moderado, además, su carácter tenía posibilidades de hacerle aceptable a políticos y pueblo.


Amadeo tenía en esos momentos 25 años, y desde hacía tres estaba casado con María Victoria del Pozzo de la Cisterna, una noble italiana sin sangre real, pero con una considerable fortuna y, lo que era más importante, ya le había dado dos hijos varones a Amadeo, con lo que se aseguraba la continuidad dinástica.

El 16 de noviembre de 1870 las Cortes eligieron rey de España al duque Amadeo de Aosta por una amplia mayoría de 191 votos. Quitando 64 votos en contra de los republicanos, no tuvo oposición reseñable de ningún otro candidato. Fue el primer rey elegido por un parlamento. 

Prim
Malos augurios

Sin embargo, el reinado de Amadeo fue turbulento desde el primer día. Nada más poner el pie en España, el 30 de diciembre de 1870 en Cartagena, Amadeo I recibió la noticia del asesinato del general Prim, el hombre fuerte del régimen y su máximo valedor.

Muerto Prim, los republicanos organizaban conspiraciones para proclamar la república;  en el otro extremo, los carlistas vieron una nueva oportunidad para su candidato; la Iglesia le negó legitimidad por estar excomulgado por el Vaticano; la Grandeza de España le boicoteaba; el Arma de Artillería en bloque se insubordinó; y, finalmente, y el partido progresista que le apoyaba se escindió.

Amadeo incluso fue víctima de un atentado muy parecido al de Prim: un grupo de hombres armados con trabucos tendió una emboscada en la calle del Arenal al coche descubierto en el que iba con su esposa. Se salvó de milagro.

Tras dos años y tres meses de reinado, Amadeo no encontró en España ni apaciguamiento, ni aceptación, ni simpatía, sino todo lo contrario. Su reinado estuvo marcado por la inestabilidad política. Los seis gabinetes que se sucedieron durante este período no fueron capaces de solucionar la crisis, agravada por el conflicto independentista en Cuba, que había comenzado en 1868.

Así, Amadeo I, cercado por la limitadísima visión de Estado de los líderes políticos y despreciado por la sociedad española, renunció a una Corona imposible sin esperar a una ley de abdicación. La noche del 10 de febrero él y María Victoria tomaron un tren que les llevó a Portugal.

Al día siguiente, el 11 de febrero de 1873, las Cortes aceptaron su abdicación (por otro lado claramente inconstitucional) y proclamaron la I República, mientras el país se precipitaba a la Tercera Guerra Carlista. Después se instauraría otra vez la monarquía borbónica en la figura del hijo de Isabel II que reinaría con el nombre de Alfonso XII.

Amadeo I
Abandonando el barco

Amadeo de Saboya tenía un valor acreditado en el campo de batalla: a los 21 años había cargado contra los austriacos al frente de los Granaderos de Lombardía, en la batalla de Custozza, resultando herido. Pero en España tiró pronto la toalla, renunció a la corona apenas dos años después, pese a las llamadas a que continuara en su puesto que le hicieron importantes personalidades políticas.

Amadeo estaba harto de no ser respetado por los españoles. Frecuentemente era objeto de vejaciones. Se cuentan, para ilustrar la situación, varias anécdotas. En una ocasión, se dice, su coche fue detenido y zarandeado en la calle Alcalá por unos vendedores ambulantes que a la sazón andaban manifestándose. Un día, cerca del Retiro, un hombre se le acercó y le insultó gravemente. Otra persona se introdujo, armada, en el Palacio Real para matarlo. La nobleza tampoco se cortaba: las aristócratas sacaron un día las mantillas para reivindicar el casticismo de Isabel II frente a la italiana María Victoria. Los Reyes saboyanos eran desairados hasta en los palcos de los teatros.

Pero es que Amadeo I en ningún momento consiguió ser aceptado. Los partidos políticos no le querían, porque no representaba sus intereses (los carlistas y los republicanos, cada uno por razones diferentes, lo rechazaban), la aristocracia borbónica tampoco sentía simpatía hacia él porque le consideraba simplemente un intruso, un extranjero advenedizo. Al apoyar las desamortizaciones y ser el hijo del monarca que había clausurado los Estados Pontificios, tampoco contó con el apoyo de la Iglesia; y el pueblo, además de por su escaso don de gente, no quería un rey que ni siquiera sabía hablar su idioma. Durante su breve reinado apenas tuvo amigos o confidentes entre los españoles.

La imagen que transmitía y se tenía de él la resumió el conde de Romanones a principios del siglo XX así: “De frente espaciosa y algo prominente, encuadrada por rizada cabellera; los ojos negros, de mirar inexpresivo; gruesos labios, recia y blanca la dentadura, la barba cerrada, disimulando el prognatismo de los Habsburgo... En lo moral, no ofrecía rasgo alguno sobresaliente, salvo su valor personal bien probado, exento de ambición, ferviente católico, habiendo heredado de su padre una inclinación apasionada por las hijas de Eva”.

^Por otra parte, se asegura que tenía porte enfundado siempre en su uniforme, pero que era de “escasas luces”, gafe y muy aficionado a las novelas pornográficas francesas.

Alfonso XII

El final de un rey que no pudo ser

Después de abdicar se trasladó a Lisboa acompañado del jefe del gobierno y su último apoyo, Manuel Ruiz Zorrilla, y de allí a Turín, su ciudad natal, donde fijó su residencia junto con su esposa y sus tres hijos.

De regreso a Italia, Amadeo asumió el título de Duque de Aosta. Tras la muerte de su primera esposa se casó de nuevo el 11 de septiembre de 1888, en Turín, con la princesa francesa María Leticia Bonaparte, su sobrina carnal pues era hija de su hermana, María Leticia Bonaparte con quien tuvo un hijo más: Humberto se Saboya-Aosta.

Pero Amadeo, un hombre fuerte y sano, no vivió mucho. Murió con sólo 44 años, de neumonía, al poco de haberse casado en segundas nupcias y haber tenido a su nuevo hijo.

Amadeo I fue pues el hombre llamado a ser rey de un país donde ninguno de sus súbditos le concedió nunca la menor oportunidad.


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