Egeria fue una monja, viajera y
escritora hispono-romana del siglo IV que aprovechando los 80.000 kilómetros de
calzadas romanas recorrió el mundo.
Durante
tres años viajó por Constantinopla,
Mesopotamia, Jerusalén, Siria, Palestina o Egipto.
Una monja casi una desconocida
No son muchos los datos que se
conocen de esta audaz viajera. En primer lugar, su nombre podría ser Egeria,
pero también Eteria, Ætheria o Etheria, e incluso Arteria o Geria.
Se la supone originaria de
Gallaecia en la provincia romana de
Hispania, e incluso algún de la comarca de
El Bierzo, en la Gallaecia
interior, pero también del sur de Francia.
Algún estudioso del tema ha
considerado la posibilidad de su parentesco con Aelia Flacilla, primera mujer
de Teodosio el Grande. También se ha lanzado la hipótesis de que pudiera
tratarse de la hermana de Gala, pareja de Princiliano.
Algo sobre lo que se coincide es
en que su ascendencia era noble, su
posición económica acomodada, que era una mujer culta (sabía geografía y
griego), que tenía una profunda religiosidad y su enorme curiosidad por las
cosas.
Una aventurera incansable
En 1844 salieron a la luz una
serie de cartas, presumiblemente escritas por esta monja viajera, destinadas a
sus amigos y familiares donde relataba de forma sencilla, minuciosa y amena sus
impresiones y observaciones a lo largo de los tres años (381 a 3849) que duró
su periplo.
Egeria parece ser que inició su
viaje atravesando el sur de
Galia (hoy
Francia) y el norte de Italia, después,
atravesaría en barco el mar
Adriático. Se sabe que llegó a
Constantinopla en el año 381. De ahí partió hacia Jerusalén para visitar los
Santos Lugares.
Para esta aventura, Egeria contó
con un aliado: los 80.000 kilómetros de calzada del Imperio Romano. Menciona
que empleaba como hospedaje las mansio, o casas de
postas, aunque en otras ocasiones se acogía a la hospitalidad de los
monasterios implantados en oriente desde hacía años, pero todavía casi
desconocidos en occidente. Para el largo desplazamiento posiblemente contó con
algún tipo de salvoconducto oficial que le permitiría recurrir a protección
militar en territorios especialmente peligrosos.
El itinerario se divide en dos partes: la primera narra el
viaje y comienza cuando Egeria está a punto de subir al monte Sinaí, tras haber
visitado Jerusalén, Belén, Galilea y Hebrón. Desde ahí se dirige al monte
Horeb, y regresa después a Jerusalén atravesando el país de
Gesén. Viaja
después al
Monte Nebo y a
Samaria, y cuando se
cumplen tres años de su partida vuelve de nuevo a Jerusalén y decide regresar a
Gallaecia.
Durante su regreso visita
Tarso, se detiene en
Edesa, visita Siria y Mesopotamia, y de nuevo a Tarso. Desde ahí pone rumbo a
Bitinia y Constantinopla. El diario del viaje termina en ese punto,
aunque antes de concluir aún expresa su deseo de visitar
Éfeso.
La segunda parte del diario
describe la liturgia tal y como se lleva cabo en Tierra Santa, en oficios de
diario, domingo y durante las fiestas de
Pascua y
Semana Santa.
No hay constancia de la fecha, el
lugar y las circunstancias de su muerte.
Un ameno libro de relatos
Su prolongada aventura la
recogería Egeria posteriormente en un libro titulado “Itinerarium ad Loca
Sancta”, texto que tuvo cierta difusión y que se adelanta a las de Marco Polo
en más mil años.
En él escrito, redactado en latín
vulgar (tal y como se hablaba en la época), quedan constancia las exploraciones y
anécdotas de esta pionera, aunque curiosamente sin mencionar los peligros ni
las incomodidades a las que, sin duda, tuvo que enfrentarse.
Cuando
el manuscrito del texto fue encontrado en la Biblioteca de la Cofradía de Santa
María de Laicos (Biblioteca Della Confratermitá dei Laici) por Gian Francesco
Gamurrini, esto lo atribuyó a Silvia (o Silvian)de Aquitania, hermana de
Rufino de
Aquitania, de quién se conocía una peregrinación similar a la
relatada por Constantinopla, Egipto y Jerusalén.
Sería en el año 1903 cuando Mario
Ferotín publicará un estudio en la Revista de Cuestiones Históricas atribuyendo el manuscrito, indiscutiblemente, a Egeria.
Hoy día el manuscrito se conserva
en el museo de la ciudad de Arezzo.
Existe, no obstante, otra
referencia que permite rellenar algunas de las lagunas de los primeros folios
ausentes del manuscrito: el
Liber de locis sanctis de
Pedro Diácono,
quién también menciona a la peregrina gallega.