Cada año son casi trece millones de turistas los que visitan la catedral parisina de Notre Dame con su famosa aguja y misteriosas gárgolas.
Lo que no todo el mundo sabe es que, de algún modo, fue el novelista francés Victor Hugo quien salvó a la catedral de ser destruida en el siglo XIX.
|
Notre Dame antes del incendio de 2019 |
Icónica catedral
Aunque la catedral de París, construida entre 1163 y 1345 en la Île de la Cité, es una de las catedrales góticas más antiguas y la tercera más grande del mundo, después de la de Colonia (Alemania) y Milán (Italia), no siempre fue valorada como un símbolo de la ciudad. De hecho, en sus ocho siglos de historia, Notre Dame ha tenido que ser reformada en varias ocasiones por falta de mantenimiento, pero sobre todo la más llamativa fue la llevada a cabo tras la Revolución Francesa (1789), donde se le causó graves daños y se a saqueó por considerarla un símbolo de poder y agresión de la Iglesia y la monarquía.
En ese periodo, los revolucionarios destruyeron estatuas de la galería de reyes y de los portales, y desmantelaron una aguja del siglo XIII. Arrancaron el plomo del techo para fabricar balas, fundieron las campanas de bronce para hacer cañones y destrozaron muchas de las ventanas. Así,el templo quedó convertido en una sombra de su época gloriosa y aunque volvió a manos de la Iglesia católica en 1801, nadie detuvo su deterioro.
A
principios del siglo XIX, los parisinos, aburridos del estilo gótico y considerando que los edificios medievales eran vulgares y deformaciones monstruosas, demandaban modernizar la ciudad con edificios del nuevo estilo barroco. Por ello, solicitaron la demolición de la catedral en ruinas.
Sin embargo, no todo el mundo pensaba así. Entre otros, el novelista francés Victor HUgo que alarmado con la propuesta decidió escribir su obra “Nuestra Señora de París” (1831) ambientada en el siglo XV y que cuenta la historia trágica del jorobado Quasimodo, que cuida de las campanas de la catedral y que se enamora de la gitana Esmeralda.
|
La catedral durante el incendio de 2019 |
El autor veía a la arquitectura gótica como una parte esencial de la historia de Francia y creía que estaba amenazada por el barroco. De hecho, en 1825, seis años antes del libro, publicó un folleto titulado "¡Guerra contra los demoledores!".
Pero por increíble que parezca la novela de Victor Hugo, "Nuestra Señora de París", lo cambió todo. El libro tuvo un fuerte impacto en la actitud del público francés hacia el patrimonio que ese mismo año el gobierno estableció la Comisión de Monumentos Históricos. Ante el clamor popular, el rey Luis Felipe I ordenó en 1844 la restauración del monumento.
Los arquitectos Eugène Viollet-le-Duc y Jean-Baptiste Lassus asumieron el proyecto. A partir de 1857, tras la muerte de Lassus, Viollet-le-Duc, quedó como único encargado.
La restauración, que se extendió hasta 1864, consistió en la construcción de una nueva aguja central, una nueva sacristía, de un nuevo órgano y la instalación de nuevas estatuas y vitrales, entre otras reformas. También añadieron las famosas gárgolas y quimeras que vigilan a los visitantes desde la fachada.
Cuando empezó la restauración de la catedral, Víctor Hugo participó activamente en un comité de tres personas que supervisó el proyecto.
La aguja
Casi 200 años después de esos acontecimientos, en la tarde del 15 de abril de 2019, un espectacular incendio devoró las dos terceras partes del techo de la edificación y derrumbó la aguja central, una torre añadida en el siglo XIX, que se encontraba rodeada de un andamiaje por obras de reparación. Su desmoronamiento quedará para siempre como la imagen más simbólica del dramático incendio.
|
Victor Hugo |
La emblemática aguja central, aunque no formaba parte del proyecto original de la catedral, fue una de las mayores pérdidas del templo medieval. Era conocida por los franceses como La Flèche ("La Flecha"). Su majestuosidad la habían convertido en referente no solo de Notre Dame, sino de toda la arquitectura gótica francesa.
Estaba ubicada encima del crucero y el altar de la iglesia, tenía una altura de 93 metros y pesaba 750 toneladas y fue añadida en el siglo XIX, aunque sí que existió una aguja original, construida alrededor de 1250, y que contaba con cinco campanas. Sin embargo, estaba tan dañada por las inclemencias meteorológicas que las autoridades decidieron desmontarla en 1786 para evitar un posible derrumbamiento.
Pero el arquitecto de la restauración del siglo XIX, Viollet-le-Duc no quiso privar a la catedral de este símbolo y encargó la creación de una nueva aguja en 1860. Al contrario que su antecesora, la nueva torre ya no era un campanario y fue creada con otros materiales como roble y plomo y se componía de dos pisos.
La aguja de Viollet-le-Duc estaba rodeada de estatuas de cobre verde que representaban a los 12 apóstoles y los cuatro evangelistas, organizados en cuatro grupos orientados a cada punto cardinal.
Cada grupo, acompañado de un animal representativo de cada evangelista, miraba hacia París como símbolo de protección del templo. Solo había una estatua, la de Santo Tomás, que estuvo durante más de siglo y medio mirando hacia la aguja y mostrando unos rasgos muy específicos. No era casualidad. Viollet-le-Duc decidió representarse a sí mismo como este santo -patrón de los arquitectos-.
Por encima de las estatuas, justo en la punta de la aguja, el arquitecto instaló una veleta de viento con forma de gallo. En 1935 el arzobispo de la ciudad dispuso que la veleta debía adecuarse como espacio simbólico para proteger a la comunidad de rayos y otros posibles daños y así, desde entonces, se incluyeron en ella un pedazo de la Santa Corona de Espinas y reliquias de San Dionisio y Santa Genoveva, los santos patronos de París.
Pero con el paso de los años, su estructura había comenzado a oxidarse, algunos de los arcos que sostenían la bóveda se habían debilitado y las estatuas se veían seriamente erosionadas. Antes de la restauración, las 16 estatuas que rodeaban la aguja habían sido retiradas pocos días antes del gran incendio y lograron salvarse de las llamas.
Las gárgolas
El devastador incendio de la primavera de 2019 tampoco logró destruir de su fachada las cientos de gárgolas que constituyen uno de los rasgos más reconocidos de Notre Dame.
Estas figuras monstruosas —medio animales y medio humanas— cumplen un papel en la conservación del edificio: recogen el agua de lluvia que cae sobre el techo y la expulsan lejos de las paredes de piedra que conforman su estructura. Por eso son protuberantes y, cuanto mas sobresaliente son, mejor cumplen su labor.
Sin embargo, estas figuras no son todas gárgolas, muchas de ellas son en realidad quimeras: similares a las gárgolas pero con una función meramente decorativa.
|
Una de las gárgolas de Notre Dame |
Las gárgolas propiamente dichas tienen un aspecto distintivo, que consiste en un cuerpo hueco y aerodinámico, un cuello largo y una expresiva cabeza parecida a un animal. A menudo, también tienen alas emplumadas, orejas prominentes y puntiagudas, y extremidades con garras pegadas a su cuerpo. En cambio, las quimeras no sobresalen de las paredes externas. En su lugar, se alinean en la Galerie des Chimères, un balcón que conecta los dos campanarios. Estas figuras adoptan formas de animales, híbridos de animales con humanos y figuras míticas.
Pero estas estatuas que están tan ligadas a la imagen de Notre Dame no forman parte de su construcción original, fueron también añadidas en la restauración del siglo XIX y realizadas por el artista Victor Joseph Pyanet.
Además de su función práctica, las gárgolas de las iglesias cumplían una función simbólica. Como en la época medieval pocos sabían leer, los clérigos utilizaban estas figuras para representar visualmente los horrores del infierno, y así animar a la gente a acudir a la iglesia. Al estar emplazadas en el exterior del edificio, eran una suerte de recordatorio de que el demonio habitaba fuera de la iglesia, mientras que la salvación se encontraba dentro.
|
Otra gárgola observando la ciudad |
Antes del gran incendio de 2019 muchas de estas figuras ya no estaban en su sitio. Algunas ya habían sufrido la erosión del tiempo, y habían sido retiradas de la fachada por temor a que cayeran sobre alguien. En su lugar, se colocaron caños de PVC para drenar el agua.
El jorobado
Notre Dame, además de ser una atracción turística que es visitada cada año por más de 13 millones de personas y que alberga reliquias de incalculable valor, ha sido a lo largo de sus más de ocho siglos de historia objeto de numerosas leyendas y escenario de importantes obras literarias.
Sin embargo, quizás la obra más conocida sea la obra de Victor Hugo, ambientada en el París del siglo XV, y que cuenta la historia de Quasimodo, el jorobado que cuida de las campanas de la iglesia.
Así, Quiasimodo, se convirtió en un símbolo de la catedral de la ciudad.
|
El personaje de Quasimodo de Disney |
Este, termina enamorándose de Esmeralda, quien se apiada de él después de que fuera humillado y golpeado por una multitud de personas. Cuando el archidiácono de la catedral, Claude Frollo, quien también está obsesionado con Esmeralda, descubre que ella está enamorada del capitán Febo, apuñala al capitán y la mujer es acusada de ser la autora del ataque.
Quasimodo intenta proteger a Esmeralda en la catedral, pero finalmente ella termina en la horca. Dolorido y desesperado, Quasimodo arroja a Frollo desde una de las torre de la catedral. Al final de la historia, en la tumba de Esmeralda se encuentran dos esqueletos: el del jorobado abrazando a una mujer.
La novela de Víctor Hugo inspiró también varias películas, obras de teatro y musicales, entre otras muestras de arte. Disney también llevó la historia al cine en 1996 con una adaptación animada.
Más allá de la ficción, en 2010, algunos historiadores descubrieron referencias a un tallador "jorobado" real que trabajó en la restauración de la catedral en el siglo XIX y que podría haber inspirado a Victor Hugo.
*****
CONTENIDO RELACIONADO
Comentarios
Publicar un comentario