Las prácticas y las tendencias sexuales de cada época están en función de los criterios culturales de un país, región o ciudad y van cambiando con el tiempo.
Algunas de las costumbres sexuales aceptadas socialmente en la antigüedad o vistas como normales, serían totalmente inadmisibles en la actualidad.
Extrañas costumbres
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Mosaico romano |
Lo que pudo ser “normal” o “lícito” en una época y lugar determinado podía no serlo en otra época y otro lugar y algunas, hoy día, nos costaría mucho entender y admitir e incluso serían constitutivas de delito.
Por ejemplo, en el antiguo Egipto: de manera pragmática y no lujuriosa, se permitía el incesto en los faraones (entre hermanos o entre padre e hija) con el fin de preservar la pureza del linaje; a los violadores, es decir, a los que usaban el sexo para sus bajos instintos, se les condenaba a la castración; también se cree que existían ceremonias religiosas destinadas a ritos de fertilidad donde se llevaba a cabo sexo en grupo;había “felatrices”, o sea, prostitutas especializadas en felaciones: y la necrofilia, aunque no aceptada socialmente, no estaba censurada de forma clara.
Por su parte, los griegos de la antigüedad practicaban la pederastia entre profesor y alumno, como una forma de introducir a los jóvenes (ya en la pubertad) en la sociedad adulta. Un mentor asumía la formación militar, académica y sexual de un joven –que no era considerado ni legal ni socialmente un hombre– hasta que alcanzaba la edad de casamiento. Lo tardío de los matrimonios y el papel limitado de la mujer en la sociedad alentaban este tipo de prácticas, sobre todo en la aristocracia. Un ejército que llevó a su máxima expresión esta práctica fue el “Batallón Sagrado de Tebas”, una unidad de élite formada por 150 parejas de amantes masculinos. No obstante, la homosexualidad entre hombres adultos no era bien vista, se condenaba a los parientes de los jóvenes que convertían el proceso en una «subasta» y a los menores que vendían sus favores.
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Mosaico romano |
Los romanos, por su parte, consideraban el sexo oral como algo impuro. La homosexualidad, sin ser un crimen penal –aunque lo era en el ejército desde el siglo II a.C.–, estaba repudiada en todos los sectores sociales, que la consideraban, sobre todo en lo referido a la pederastia, una de las causas de la decadencia griega. En Roma era prioritario diferenciar quien ejercía el papel de activo y quién el de pasivo. También celebraban los "Lupercales", un festival en el que los jóvenes se iniciaban en las relaciones sexuales. La prostitución se consentía.
Roma
Según el historiador romano Tito Livio Patavino, desde poco después de su fundación en 753 a.C., el sexo ha estado vinculado inevitablemente a la historia y la política de Roma.
Así, cabe mencionar en primer lugar, en el año 750 a.C. el rapto y la violación de las mujeres sabinas, con el que los romanos paliaron su escasez de mujeres fértiles.
El sexo también fue protagonista en el derrocamiento de la monarquía tiránica y el establecimiento de la república cuando la virtuosa Lucrecia se quitó la vida, en el 510 a.C., tras ser violada por el rey Sexto Tarquinio. El hecho provocó una rebelión que derrocó a la monarquía.
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Iconografía del rapto de las sabinas |
Un poco más tarde, en el 449 a.C., el sexo también influyó en la caída de la corrupta República cuando, en el contexto de la lucha entre patricios y plebeyos, fue creado el decenvirato, formado por 10 hombres para regular las relaciones entre los ciudadanos, pero estos eran todos patricios y los romanos estaban descontentos por su corrupción, abusos y porque no convocaban elecciones. Apio Claudio Craso, quien presidía este primer decenvirato, se obsesionó con una bella plebeya llamada Virginia, hija de Lucio Virginio, un respetado centurión, y comprometida con Lucio Icilio, un antiguo tribuno de la plebe. Para evitar que fuera violada por Apio Claudio, el padre de la joven la mató a puñaladas. Lo que siguió fue una sublevación que derrocó al decenvirato y restauró los valores de la República.
La pudicitia (modestia, castidad y virtud sexual) costó la vida a Lucrecia y Virginia, quienes pasaron a ser leyendas que sirvieron de ejemplo para realzar el comportamiento que las mujeres debían consagrar ya que estas, una vez casadas no debían esperar ningún placer del acto sexual, pues su papel era simplemente para procrear. Además, debían aceptar las infidelidades de sus maridos, siempre y cuando las amantes no fueran casadas (esta era una muestra de su vir -destreza sexual y virilidad-).
Los hombres de la sociedad romana, solteros o casados, podían acostarse con prostitutas, bailarinas y hasta con otros hombres, eso si, con la condición de que fueran ellos quienes los penetraran, sino era así eran denunciados y vilipendiados como afeminados, porque al contrario que en Grecia, para los romanos la homosexualidad era también de carácter «punitivo», se sodomizaba a los prisioneros, a los enemigos, a los esclavos o a los extranjeros para dominarlos. El sexo se veía como un juego de poder, donde lo aceptable venía marcado por la jerarquía social.
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Calígula |
República e Imperio
A comienzos de la República romana, la homosexualidad estuvo penada incluso con la muerte por la ley Scantinia y quedó restringida en el ejército desde el siglo II a.C., pero con el tiempo se permitió que estas relaciones fueran aceptadas, sin embargo, aquellos senadores que tenían amantes varones solían hacerlo con discreción, a pesar de lo cual con frecuencia los opositores políticos les ridiculizaban públicamente. Pero la pasividad en las relaciones entre hombres quedaba reservaba para los esclavos o para los adolescentes.
Al final de la República, sin embargo, el sexo ilícito y extramarital empezó a ser considerado como perjudicial.
Durante el Imperio, la plebe y la aristocracia debían ser discretas en estas relaciones de sexo “ilícito”, no así los Emperadores. Se dice que de los doce primeros emperadores solo a Claudio le interesaban exclusivamente las mujeres.
Augusto, como primer emperador del Imperio romano, intentó restablecer algunos valores morales y familiares por medio de leyes, aunque él mismo no era reacio a disfrutar de las esposas de otros. No lo tuvo fácil pues su propia hija biológica, Julia, se dice que fornicó hasta en el podio desde el cual su padre había presentado su legislación moralista.
El esposo de Julia, su hermanastro Tiberio, quien sucedió a Augusto como emperador, seguía la moda del travestismo popularizada por Julio César años antes cuando, a los 20 años, vivió como mujer en la corte del rey Nicomedes IV.
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Mesalina |
Nerón fue el primer emperador que se casó con otro hombre, un joven ex esclavo llamado Esporo cuando atormentado por haber matado a su esposa embarazada, Poppaea Sabina, quiso sustituirla con alguien que se pareciera a ella, pero antes de la boda le mandó castrar.
Nerón también practicó el incesto con su madre, Agripina la Joven, y protagonizó además los notorios banquetes de Tigelino: envuelto en la piel de animales salvajes, era liberado de una jaula para "mutilar" oralmente los genitales de hombres y mujeres atadas a estacas.
De entre los muchos amantes masculinos más conocidos de Calígula está el actor griego Mnéster y su primo Emilio Lépido. Este último ejerció un papel protagonista a nivel político hasta que, a finales del 39, el emperador le acusó de encabezar un complot contra él y ordenó su ejecución. Poco antes este había reconocido su relación homosexual con el emperador y el papel pasivo de este.
El emperador Tiberio se vestía de mujer para sus desenfrenadas celebraciones en Capri, al igual que su sucesor, Calígula, que a veces aparecía en banquetes disfrazado de Venus.
De Mesalina, la mujer del emperador Claudio, se dice que se escabullía regularmente de la cama mientras Claudio dormía para visitar un burdel fétido, por lo que se ganó el título de "reina de las putas imperiales".
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Nerón |
Tal vez el caso más escandaloso fue el de Heliogábalo a principios del siglo III. Este emperador asombró a sus contemporáneos casándose públicamente dos veces vestido de mujer, adoptando así explícitamente el papel pasivo en la relación. Las crónicas afirman que "Tomó lujuria en cada orificio de su cuerpo, enviando agentes en busca de hombres con penes grandes para satisfacer sus pasiones (...) El tamaño del órgano de un hombre a menudo determinaba el cargo que le otorgaba". Las cosas fueron aún más lejos cuando Heliogábalo ofreció enormes fortunas a cualquier médico que pudiera darle genitales femeninos permanentes. Su comportamiento provocó el rechazo de la Guardia Pretoriana y del Senado romano y, en un complot tramado por su abuela, Heliogábalo, de solo 18 años, fue asesinado.
En el siglo VI d.C., la emperatriz Teodora, 20 años más joven que su esposo Justiniano I, había trabajado en un burdel de Constantinopla actuando en burlescos obscenos, practicando sexo incluso encima del escenario. Sin embargo, cuando asumió el cargo de emperatriz, realizó una gran cantidad de reformas sociales que protegían a las mujeres del abuso físico y sexual y de la discriminación.
A Trajano, considerado uno de los emperadores más brillantes, se le atribuyó cierta predilección «griega» por los jóvenes y el vino, aunque rara vez esta perversión de su vida privada influyó en su buen gobierno ni a su fama de hombre sensato. Incluso llegó a tener hijos con su única esposa, Pompeya Plotina.
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Adriano y Antinoo |
Más controvertidas fueron las relaciones de su sucesor, Adriano, al que desde niño se le apodó «el pequeño griego» por su admiración por el mundo heleno. También tenía preferencia por efebos, pero su historia más llamativa la protagonizó con un adolescente de extraordinaria belleza llamado Antinoo al que conoció cuando este tenía 10 u 11. Aunque la tradición historiográfica ha intentado obviar cualquier matiz sexual entre Adriano y su protegido, llegando a decirse incluso que Antínoo era hijo ilegítimo de Adriano, lo cierto es que entre ambos hubo una relación cargada de erotismo que se representó en esculturas y poesías.
El joven Antínoo (ya entonces de unos 20 años), murió ahogado durante un viaje por el río Nilo por causas sin esclarecer (unos sugieren un simple accidente, otros un suicidio por amor ya que había dejado de ser adolescente, y otros que la mujer de Adriano, Sabina, harta de la insistencia de la relación puso fin a su vida)-. Lo cierto es que el hecho causó gran pesar y desconsuelo en Adriano hasta tal punto que, aunque hasta ese momento, el nombre del efebo no había aparecido en las crónicas ni en las inscripciones, el emperador se encargó de que el mundo no lo olvidara: llegó a ser adorado como un héroe, casi una divinidad; se convirtió en el foco de estatuas y retratos desde la Antigüedad al Renacimiento (en todas las regiones del Imperio); en Egipto suplantó a Osiris a nivel iconográfico; se compusieron poemas en su honor; se le dio su nombre a una estrella; fundó junto al Nilo una ciudad con el nombre del joven, Antinoópolis; y levantó un mausoleo, el Antinoeion, en la Villa Adriana, en la colina del Tívoli, cerca de Roma.
Por el contrario, el lesbianismo se estimaba una aberración a ojos romanos. Esto se concebía como una «condición de monstrum» (tanto en Grecia como en Roma) y el intento de una mujer de sustituir a un hombre (el placer que solo los hombres podían proporcionar) de modo completamente antinatural.
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Heliogábalo |
Lupercales
Los Lupercales, eran festivales de la Antigua Roma para lograr que los jóvenes se iniciaran en las relaciones sexuales, una ceremonia, por otro lado, de las más arcaicas, ya que numerosos especialistas coinciden en decir que se remontaba a mucho antes de la fundación de Roma.
La fiesta se celebraba en la misma cueva (la Lupercal) en la que se creía que una loba había amamantado a los fundadores de Roma (Rómulo y Remo).
Desde aquella gruta se iniciaban las Lupercales de manos de un sacerdote que comenzaba la fiesta sacrificando un carnero en honor a Fauno (el dios de la naturaleza). Posteriormente, y con el mismo cuchillo, el religioso untaba la cara de dos «lupercos» o «luperci» (los jóvenes que debían pasar por el ritual) con la sangre del animal.
Una vez que habían sido ungidos por el sacerdote, los jóvenes (que casi siempre iban desnudos, o ataviados únicamente con taparrabos fabricados con la piel de los animales sacrificados) salían de la gruta e iniciaban una carrera depravada a través de Roma por un itinerario previamente planeado. Un trayecto que llevaban a cabo gritando obscenidades. Mientras corrían, los «lupercos» iban dando latigazos -con una correa fabricada también con los restos del carnero- a todo aquel que, voluntariamente, se ubicaba frente a ellos. El principal objetivo eran, no obstante, las mujeres en edad de ser madres (pues los latigazos, se creía, contribuían a la fecundidad).
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Tiberio |
Ni asesinatos ni sexo
La historia del Imperio romano de Occidente llegó a su fin en el año 476, cuando Odoacro, un caudillo bárbaro, destituyó al joven emperador Rómulo Augusto y asumió el gobierno de Italia, pero el por qué cayó el todopoderoso Imperio romano ha sido una pregunta recurrente durante muchos siglos.
Las respuestas han sido muchas y dispares: desde las que aseguran que el problema de Roma fue que el Estado gastaba demasiado en guerras y en alimentar a los pobres hasta las claramente morales, para las que el sexo depravado, la lujuria, el hedonismo y el afeminamiento de los romanos les impidieron mantener en funcionamiento una entidad política de su calibre.
Pero las respuestas de los estudios más recientes apuntan básicamente dos. Por un lado, que Roma cayó porque el sistema político era tremendamente caótico, la sucesión de los emperadores era demasiado indeterminada y el Estado era al mismo tiempo muy burocrático y siempre se encontraba enzarzado en batallas por el liderazgo militar. Y por el otro, que el Imperio había crecido en exceso ―abarcaba de Londres a Damasco, del Danubio al Sáhara― y eso fomentó la creación de estados secundarios internos que, sumados a las amenazas externas, hicieron inviable su supervivencia.
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