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EL NÚMERO PI: UN VIAJE A TRAVÉS DE LA ETERNIDAD MATEMÁTICA

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 El número π (pi) es uno de los conceptos matemáticos más enigmáticos y fascinantes que existen. Este número irracional ha cautivado a matemáticos, científicos y filósofos durante milenios, ya que representa no solo una constante matemática fundamental, sino también un símbolo de los misterios del universo y la naturaleza misma de las matemáticas.  ¿Qué es el número Pi? Pi es la relación entre la circunferencia de un círculo y su diámetro. Esto significa que, sin importar el tamaño del círculo, la longitud de la circunferencia siempre es aproximadamente 3,14159 veces el diámetro. Esta relación se simboliza con la letra griega π y se conoce desde la antigüedad, aunque su precisión y comprensión han avanzado a lo largo de los siglos. El número Pi es un número irracional , lo que significa que no puede expresarse exactamente como una fracción simple. Además, su expansión decimal es infinita y no periódica , es decir, sus dígitos no siguen ningún patrón repetitivo, lo que añade una capa d

EL DIVERTIDO PASATIEMPO QUE LEGÓ CATALINA “LA GRANDE” AL MUNDO

La emperatriz rusa, posiblemente propiciado por la misoginia de la época, arrastra desde hace siglos una leyenda negra que no la deja en absoluto bien parada.

Lo cierto, sin embargo, es que acabó sentándose en el trono del mayor imperio del siglo XVIII llevándolo a su máximo esplendor.

Catalina "la Grande"
Ni Catalina ni rusa

Catalina “la Grande” nació como Sophie Friederike Auguste von Anhalt-Zerbst (1729) en una villa prusiana ubicada en lo que hoy es Polonia donde su padre, general del ejército, era gobernador. Era hija de una familia noble pruesiana empobrecida, pero vinculada con dos de las familias más influyentes de Alemania: los Anhalt y los Holstein.

La joven Sofía recibió una esmerada educación en casa y desde pequeña recibió lecciones de tutores franceses, por lo que su interés tanto por la cultura como por la política le acompañó durante toda su vida. Incluso intercambió correspondencia con pensadores importantes de la época como el filósofo francés Voltaire.


Al parecer, su madre orquestó una intensa campaña para que su hija de diez años se postulara como candidata a ser la futura esposa de un primo segundo suyo Karl Peter Ulrich de Schleswig-Holstein-Gottorp, nieto de Pedro I de Rusia. Su tía Isabel, la entonces emperatriz de Rusia, que no se había casado y no tenía hijos, necesitaba un heredero y lo había nombrado futuro zar de Rusia (posteriormente conocido como Pedro III).

Finalmente, Sofía fue escogida como esposa de Pedro. El matrimonio de un zar ruso con una princesa prusiana tenía la finalidad de fortalecer la amistad de la monarquía rusa con Prusia y anular la influencia austriaca sobre la corona rusa.
La princesa prusiana llegó con catorce años a una corte extranjera, y no le gustó su futuro marido, pero sabía lo que se esperaba de ella. Fue muy consciente de que no era rusa, y sobre todo, que no era una Romanov por derecho propio. Se esforzó para ganarse la simpatía de la emperatriz rusa Isabel y estudió para su futuro puesto, aprendió el idioma, se convirtió a la Iglesia ortodoxa y adoptó el nombre de Ykaterina cuando fue prometida en matrimonio. Se casó en 1745, con 16 años. Diecisiete años después, Pedro III se convirtió en zar de Rusia. 

Pedro III
Pero las cosas nunca fueron bien entre ellos, ella era una joven ilustrada y él un déspota con pocos aliados en Rusia, y su mujer no figuraba entre ellos. Pedro necesitó ocho años para consumar su matrimonio, lo que influyó para que Catalina tuviera amantes y favoritos, aunque él también las tuvo. Pedro sufrió sarampión y después viruela, lo que quizás le dejó estéril, por lo que posiblemente los dos hijos que tuvo con Catalina, como ella misma dejó por escrito en sus memorias, no fueran biológicamente suyos.


Finalmente, tras estar sólo 196 días en el poder, una conspiración urdida probablemente por Catalina, quien se enteró que su marido pensaba repudiarla y devolverla a su patria para él y su amante gobernar con tranquilidad, acabó con su vida. La versión oficial es que había muerto por problemas hemorroidales. Catalina no lo reconoció nunca en sus memorias, así que su directa participación en el asesinato de su marido sigue envuelta en misterio.

 Un largo reinado

A diferencia de Pedro, ella no esperó para coronarse: se nombró a sí misma como emperatriz de Rusia un 22 de septiembre de 1762 en la Catedral de la Dormición, en Moscú. 

Durante todo su reinado se mostró cautelosa de su posición, manteniendo una política activa muy inteligente en todos los aspectos para hacer frente al desafío de permanecer en el trono, y siempre tratando de enfatizar el carácter nacional de su reinado. Aún con toda la oposición que la dispensaron en la Corte, Catalina logró asentarse en el trono durante 34 años.

La nueva emperatriz se dispuso a trabajar para consolidar su gobierno y su legado. Expandió considerablemente las fronteras de Rusia, anexionando Crimea, Ucrania, Lituania, Polonia y otros territorios llegando hasta el centro de Europa gracias a la elección de ayudantes y ministros sobresalientes, como Gregori Potemkin, probablemente el estadista y militar más destacado en los tres siglos de dominio Romanov.

Catalina con su marido y su hijo
La población rusa casi se duplicó durante su gobierno. También intentó modernizar la legislación rusa, otorgó derechos a la servidumbre que en ese momento eran esclavos, y permitió que los hijos de ellos recibieran educación. También obligó a las fábricas a ofrecer escuelas para los hijos de sus empleados, además de dictar medidas sobre la libertad religiosa. Pero la nobleza rusa nunca compartió sus ideales influidos por la Ilustración y esas leyes nunca llegaron a aprobarse.

Durante su reinado, vinculado a menudo con una Edad de Oro rusa, se acumuló una gran riqueza en joyas, pero también se caracterizó por el apoyo que prestó a las artes y la cultura. De hecho, la colección de arte de Catalina (llegó a acumular hasta 4.000 obras) dio inicio al Museo del Hermitage de San Petersburgo, uno de los más grandes del mundo. Actualmente atesora más de 2,5 millones de objetos culturales y artísticos de los pueblos de Europa y Oriente desde tiempos remotos hasta el siglo XX. Su biblioteca personal llegó a albergar unos 44.000 volúmenes. 

Bajo su mando, por primera vez Rusia tenía un papel protagonista en todas las tendencias artísticas e intelectuales que fluían en Europa e importó el conocimiento de arquitectos, artistas y médicos europeos para ponerse a la altura (y competir) con el resto de potencias continentales desde una San Petersburgo renovada.También promovió el desarrollo de los propios artistas nacionales. Además, utilizó la moda como una herramienta política eficaz. Catalina supo ver en ella un hábil instrumento para reforzar su imagen personal en el imperio.

 Los últimos años de la monarca fueron posiblemente los más conservadores de su reinado a consecuencia de las repercusiones de la Revolución francesa donde cayó la monarquía gala. Desde entonces, su gobierno estuvo marcado por el despotismo ilustrado hasta su muerte en 1796, provocada por un derrame cerebral.

El afán de superación personal era una sus mejores cualidades de la emperatrizEra una trabajadora infatigable. Además de patrona de las artes, fue una prolífica escritora, pero no sólo por su correspondencia y memorias, . que se publicaron a título póstumo en Londres sino por su afán literario que le llevó a experimentar con varios géneros. Se atrevió con la Nakaz, un compendio de principios legislativos que Catalina había escrito influida por las obras de filósofos como Montesquieu o Diderot (en un intento de proyecto ilustrado por actualizar las leyes moscovitas). También probó con los diarios satíricos, cuentos de hadas compuestos para sus nietos, ensayos, proverbios, trabajos de no ficción, obras de teatro en francés y ruso y óperas en clave de humor para divertir e instruir.

Catalina en traje militar con pantalones
Se ‘vacunó’ contra la viruela antes de que existiesen las vacunas. Por aquel entonces la viruela suponía una enfermedad mortal, pero hasta sus oídos llegó que un médico inglés, Thomas Dimsdale, había hecho progresos muy interesantes al respecto de la viruela, que inoculaba en sus pacientes para que pudiesen ser inmunes a ella. Por este motivo, le invitó a visitar Rusia. En la más estricta intimidad, Dimsdale aceptó la osada tarea e inoculó la viruela tanto a la emperatriz, que quería hacerlo lo antes posible, como a su hijo, el pequeño Pablo. Junto a ellos, unos 150 miembros de la nobleza fueron inoculados en los meses posteriores. Esto fue años antes que el padre de la inmunología. Edward Jenner, publicase sus trabajos fundamentales sobre la vacuna contra la viruela.

El largo reinado de Catalina y su uso astuto del poder político le granjearon el título de «la Grande».

Una misógina leyenda negra

Sufrió la misoginia de una mujer en el poder, siendo objeto de críticas machistas incluso en su propio país, y así es como empezó su leyenda negra.

Para socavar su grandeza, se burlaron de ella aduciendo que practicaba la zoofilia  (dijeron que había muerto copulando con su caballo) y que era ninfómana enloquecida por el poder por su dilatada vida amorosa, afirmando que su motivación principal era el sexo desenfrenado. Las publicaciones satíricas extranjeras de la época también fueron notorias en este sentido. Sin embargo, por esto mismo, Catalina sentía un placer especial recordando a sus compañeros sus logros políticos como mujer en el trono.

Pero la verdad es que no murió mientras mantenía relaciones sexuales con un caballo, no tuvo cientos de amantes, no era ninfómana ni se puede demostrar que tuviese un gabinete decorado con decenas de artilugios sexuales, pero todo fue utilizado para desprestigiar la figura más trascendental de la historia rusa, la que modernizó aquel gigantes país y lo llevó a sus mayores cotas de esplendor. Pero como no pudieron atacar su legado, lo hicieron con con su sexualidad, que ella exhibió sin ningún miramiento, tal como hacían sus homólogos masculinos.

Gregori Potemkin
Es cierto que tuvo sus aventuras extramatrimoniales y una vez viuda, y que ascendió a algunos de sus amantes a su gabinete y otorgándoles dádivas. Pero no fueron tantos (hay historiadores que aseguran que tuvo 15 en sus 67 años de vida). Se sabe con seguridad que Catalina tuvo como amantes al chambelán ruso Serguéi Saltykov, que se cree sería el verdadero padre de Pablo I y de Ana, los hijos de Catalina; el diplomático Charles Hanbury Williams;, Estanislao Poniatowski, que luego se convertiría en rey de Polonia; un antiguo cosaco, Gregorio Orlov; pero la relación más duradera fue con Gregori Potemkin.

Gregori Potemkin y Catalina se conocieron cuando ella tenía 33 años, y ya era emperatriz, y Potemkin tenía 23. Él era un modesto subteniente de la Guardia Imperial. El mismo Orlov, que era amante de la emperatriz y jefe de Potemkin, fue quien los presentó.

Potemkin deslumbró a Catalina no solo por sus dotes culturales: sabía griego, había estudiado teología y culturas indígenas rusas, era un hábil consejero y, según dicen algunos historiadores, estaba "bien dotado" para el sexo, buen bailarín, cantante y comediante. Poco a poco, Potemkin fue desplazando a Orlov y se convirtió no solo en su amante favorito (que no único, por ambas partes) hasta la muerte de este (1791), sino en el militar favorito de la emperatriz, con el que expandió el Imperio más allá de sus fronteras.

Estas hazañas le valieron a Potemkin que Catalina le otorgara el título de príncipe, entre otros reconocimientos. La emperatriz vivió cinco años más haciendo su duelo como una "viuda angustiada", según detallan los especialistas.

El pasatiempo de la emperatriz

San Petersburgo fue mandada construir en las marismas del Golfo de Finlandia en el siglo XVIII (1703) por el zar Pedro I “el Grande” con la intención de convertirla en la "ventana de Rusia hacia el mundo occidental". A partir de entonces se convirtió en capital del Imperio ruso durante más de doscientos años. 

Corona de la emperetriz
Fue en la joven ciudad de San Petersburgo donde empezó la historia de una popular atracción: la “montaña rusa” (llamadas así en español, portugués, francés e italiano).

Durante los festivales de invierno, los petersburgueses construían rampas gigantes de madera en plazas públicas y mansiones opulentas, las cubrían con nieve a la que rociaban con agua para formar una gruesa capa de hielo resbaladizo... y se lanzaban, sin titubeos ni frenos. Una de las grandes fanáticas de la popular diversión era nada menos que Catalina la Grande.

La emperatriz trepaba las decenas de escalones que la llevaban a la cima y se metía en un trineo ahuecado tallado en hielo, antes de descender por la empinada cuesta con solo un trozo de cuerda para agarrarse.

De hecho, encargó uno propio, y más tarde pidió que le pusieran ruedas al trineo -ya no de hielo- para poder disfrutarlo todo el año... y así nació la primera montaña rusa moderna.

Para mediados del siglo XIX, las montañas de hielo rusas eran tan populares en patios y casas de clase alta. príncipe y campesino los disfrutan por igual. En cada pueblo y aldea, esos resbaladizos declives están llenos de jóvenes y doncellas bajando por ellos con la rapidez de las flechas.

Pero fueron los soldados franceses que visitaban la ciudad durante las guerras napoleónicas quienes exportaron la idea. En 1812 se construyó la primera montaña rusa con carros fijados a los rieles en Belleville, Francia. Pero fue en Estados Unidos donde se hicieron enormemente populares.


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