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EL PODER DE LA DESINFORMACIÓN EN LA ERA DIGITAL
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Pensamos que recibir mucha información nos hace más libres porque podemos pensar por nosotros mismos, pero no es así.
Hoy las noticias surgen muy deprisa y eso hace que no nos de tiempo al análisis y por tanto que seamos más controlables.
Internet y redes sociales
Actualmente hay otros métodos de ejercer la estrategia disuasoria más allá de la fuerza militar o la amenaza nuclear. Cada vez se emplea con mayor frecuencia la intimidación económica, política y social.
El intento de manipular a las masas para controlar el mundo ha existido siempre. Siempre habrá grupos de élite, o países, dispuestos a imponer a los demás sus ideas y su modo de vida o para que sirvan a sus intereses.
Tradicionalmente esto se ha llevado a cabo a través de los medios de comunicación, los credos religiosos, la educación y la desinformación. Pero con la globalización y la tecnología se ha dado un salto cualitativo en esta “guerra” psicológica planetaria. Ahora es exponencialmente más fácil gracias al enorme poder de internet y las redes sociales.
El uso perverso de las redes sociales se traduce en el modelo por antonomasia de la disuasión. Dado su poder de influencia, lo mismo crean que destruyen socialmente (en días u horas) bastando sólo para ello que alguien muy influyente, o un grupo concreto, se lo proponga.
Un ejemplo muy reciente lo ha constituido el enfrentamiento verbal entre China y Estados Unidos que ha llevado a ambas potencias a acusarse mutuamente de haber propagado el COVID-19 por el mundo. La cascada de informaciones, desinformaciones, bulos y “fake news” ha sido imparable y arrolladora gracias a la globalización y el poder que tiene internet y las redes sociales. En este caso, detrás de estas declaraciones hay una batalla feroz por ganar la batalla del poder económico a nivel mundial.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, también ha sido protagonista a finales de mayo de 2020 de un encontronazo con Twitter después de que la plataforma desmontara supuestamente sus bulos. Por ello, firmaba un decreto para frenar el poder de Twitter.
Y en efecto, lo que siempre subyace tras estas polémicas dirigidas es la presión por el poder, el status, el dominio, el control de las personas y/o los recursos con el inestimable apoyo de las masas mediante su manipulación psicológica a favor del poderoso o grupo de poder. Quien controla la voluntad de las masas, mediante la información (o la desinformación) controlará el poder porque, no cabe duda, la información es poder.
Propaganda mediática
La avalancha de información/desinformación que recibimos diariamente nos hace perezosos a la hora de analizar los datos sin darnos cuenta de que muchas veces lo que recibimos son análisis ya elaborados e interesados. Esto nos impide pensar, que es el objetivo de los manipuladores.
Desde la década de los 90 del pasado siglo el ciberespacio es un contexto público de acceso sin control y no regulado que cualquiera puede utilizar anónimamente para lanzar sus mensajes, opiniones y/o propaganda.
Así la tradicional comunicación de masas a la que se le transmitía contenidos de manera unidireccional ha dado paso a una comunicación interactiva, cercana e inmediata de contenidos, imágenes y sonidos.
Esto en sí no es malo, incluso puede ser beneficioso, pero la ausencia de rigor en los contenidos atenta contra la calidad de la educación, la ciencia, la investigación, la verdad y, finalmente, en la propia libertad de pensamiento.
Pero también puede ser altamente peligroso dependiendo el uso que se le dé.
El argumento para descalificar al adversario podía partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales, lo importante, era difundir argumentos que puedan arraigar en sentimientos primitivos; convencer a muchos de que piensan «como todo el mundo», creando impresión de unanimidad.
Seguía argumentando Goebbels que Cuanto más grande fuera la masa por convencer más pequeño era el esfuerzo mental que había que hacer porque la capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa, además, tiene gran capacidad para olvidar.
Para él, la propaganda debe limitarse a un número pequeño de ideas y hay que repetirlas incansablemente presentándolas una y otra vez desde diferentes perspectivas, pero siempre convergiendo sobre el mismo concepto. Construir argumentos a partir de fuentes diversas, a través de los llamados globos sondas o de informaciones fragmentadas, también contraprogramando con la ayuda de medios de comunicación afines.
Como puede apreciarse, muchos de estos principios se siguen aplicando en la actualidad con éxito.
La propaganda, como desinformación, ha sido utilizada por muchos gobiernos, tanto los calificados de democráticos como los que no, a lo largo de la historia, para la manipulación de la opinión pública y establecer una opinión favorable a un gobierno, un país o un grupo determinado. De hecho, la desinformación, según muchos especialistas, es el arma secreta de las “guerras” modernas.
Con las nuevas tecnologías y la subordinación a la avalancha informativa, las sociedades se enfrentan a un «lavado de cerebro» debido al poco tiempo que se tiene para analizar y contextualizar lo que se recibe. Lo mismo sucede con la multitud de encuestas, estadísticas y sondeos de opinión, cuyos resultados son fácilmente manipulables.
De esta forma, un grupo de gente que trabaja en la sombra y de la nunca oímos hablar, consigue que los poderosos nos gobiernen, moldear nuestras mentes, nuestros gustos y nuestras ideas sugeridas. Este es el resultado lógico del modo en que está organizada nuestra sociedad democrática.
El «propósito social» de la manipulación (tradicionalmente llevado a cabo a través de los medios de comunicación) es el de inculcar y defender el orden económico, social y político de los grupos privilegiados que dominan un municipio, país, una región o el planeta.
Las estrategias actuales de la manipulación mediática son principalmente distraer de lo importante; crear problemas y después ofrecer soluciones; presentar las propuestas como “dolorosas pero necesarias”; usar un tono paternal y pueril; utilizar la emoción ante la reflexión; mantener a las masas en la ignorancia para que no sepan que son manejadas; promover e idealizar lo vulgar e inculto; hacer creer al individuo que él es el único culpable de su propia desgracia; o conocer al individuo mejor que ellos mismos gracias a la tecnología y la interacción en las redes.
Para conseguir los fines perseguidos los gobiernos manipulan las noticias, se crean otras y se prohíben las que se consideraban perjudiciales, empleando, siempre que era posible, la connivencia de periodistas y editores. También se crean gabinetes o leyes disfrazados de “seguridad nacional” que no son otra cosa que comunicación estratégica. Pero la finalidad sigue siendo la misma: convencer a la opinión pública de las bondades, aciertos y ventajas de un hecho, una información o cualquier otra cosa.
Los gobiernos, además, en su gran mayoría, suelen crear empresas para influir en internet y las redes sociales mediante la difusión de información falsa o distorsionada con trabajadores que actúan como troles. No en vano, el lenguaje político está diseñado para que las mentiras suenen verdaderas.
El control de los medios de comunicación
Los medios de comunicación son el canal tradicional a través del cual se repiten las mentiras que llegan a la sociedad. Sin embargo, la tan manida libertad de prensa no es más que la libertad del dueño del medio. Los medios de comunicación crean un escenario «artificial» e interesado que pocas veces coincide con la realidad objetiva.
Cuando nos informan nos impiden vislumbrar lo que de verdad ocurre porque la mayoría de las veces el cuadro del mundo que se nos presenta no tiene la más mínima relación con la realidad, ya que la verdad sobre cada asunto se nos muestra sesgada e inundada de intereses quedando enterrada bajo montañas de mentiras.
La globalización de los medios de comunicación, internet y las redes sociales ha llevado todo esto a su máxima expresión. Ya no se puede controlar a la gente por la fuerza y, por tanto, para que no perciba que está viviendo en condiciones de alienación, opresión, subordinación, etcétera, es necesario modificar su conciencia.
Una de las técnicas empleadas por los medios de comunicación para controlar y someter a las poblaciones consiste en infundir temor o miedo que solo se pueda superar al amparo del poder. Esta estrategia la emplean los Estados poderosos para recordar a los países más débiles las desventajas de ir por su cuenta en un mundo peligroso, o para canalizar las actitudes de las poblaciones. Uno de los argumentos más manidos para aplicar esta estrategia es el terrorismo global, la proliferación de armas de destrucción masiva o el crimen organizado.
La evidencia lleva a plantearse que hay fuerzas muy poderosas que arrastran a los medios de comunicación (también introduciendo opinión en las redes sociales) hacia una única y exclusiva dirección de pensamiento. En los últimos años, los medios de comunicación más influyentes del mundo se han concentrado en unas pocas manos, lo que les confiere un inmenso poder con capacidad para hacer tambalear —cuando no derribar— gobiernos, empresas y personas.
Según algunos estudios, hoy en día tan solo seis compañías poseerían, directa o indirectamente, el 95 % de los principales medios de comunicación del mundo (televisión, radio, medios escritos, productoras de películas, etc.), concentrando 1.500 periódicos, 1.100 revistas, 2.400 editoriales, 1.500 cadenas de televisión y 9.000 emisoras de radio.
Los principales conglomerados de medios de comunicación serían ocho estadounidenses: Comcast Corporation, The Walt Disney Company; Time Warner, Twenty-First Century Fox, CBS Corporation, Hearst Corporation, News Corp y Viacom; uno alemán: Bertelsmann; uno brasileño: Grupo Globo; dos franceses: Lagardère Group, Vivendi; uno mexicano: Grupo Televisa; u uno japonés: Sony Corporation.
Según esta clasificación, las fuentes normalmente proceden del mundo anglosajón y de otros países con claros intereses en los escenarios a mostrar. Pero la dimensión real de la influencia nos la dará conociendo que el “mundo occidental” cuenta con 900 millones de personas, mientras que el resto son 6.600 millones.
El propósito de los medios masivos no es tanto informar sobre lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública de acuerdo a la agenda del poder corporativo dominante.
En definitiva, las principales agencias de noticias del mundo tienen una gran influencia en el mensaje final que llega a la ciudadanía, pues de ellas se alimentan la mayor parte de los medios de comunicación del planeta al ser cada vez menos los que tienen capacidad para disponer de sus propios corresponsales y reporteros. Esto significa que, en muchos casos, los medios que adquieren las noticias a esas grandes agencias de distribución se limitan a hacer refritos con la información recibida para adaptarla a su audiencia, habitualmente sin contrastarla con otras fuentes, entre otras cosas porque la inmediatez en que se desenvuelve actualmente el periodismo impide hacer un análisis profundo de lo que se transmite a la ciudadanía. De ahí el creciente poder mediático de esas agencias de noticias.
Además, en los ambientes periodísticos son habituales los rumores sobre medios de comunicación y periodistas que presuntamente trabajan o actúan en beneficio de servicios de inteligencia, tanto nacionales como extranjeros, y en ocasiones para más de uno. Incluso se apunta que las más brillantes investigaciones periodísticas han sido fruto de filtraciones intencionadas de fuentes de inteligencia, sin olvidar las policiales.
Estas actividades orientadas a influir en los medios de comunicación, de modo que transmitan a las poblaciones noticias, informaciones y análisis favorables a los gobiernos, han sido y siguen siendo una práctica habitual de los servicios de inteligencia. De hecho, se han empleado no solo en los medios escritos tradicionales (periódicos y revistas), sino también en la televisión, la radio, el cine y la literatura, habiéndose unido recientemente internet y las redes sociales.
En una sociedad donde prima la urgencia y la instantaneidad, es cada vez más difícil realizar un análisis concienzudo, fiable, contrastado e imparcial. Cada vez son menos frecuentes las investigaciones y los análisis independientes.
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