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EL NÚMERO PI: UN VIAJE A TRAVÉS DE LA ETERNIDAD MATEMÁTICA

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 El número π (pi) es uno de los conceptos matemáticos más enigmáticos y fascinantes que existen. Este número irracional ha cautivado a matemáticos, científicos y filósofos durante milenios, ya que representa no solo una constante matemática fundamental, sino también un símbolo de los misterios del universo y la naturaleza misma de las matemáticas.  ¿Qué es el número Pi? Pi es la relación entre la circunferencia de un círculo y su diámetro. Esto significa que, sin importar el tamaño del círculo, la longitud de la circunferencia siempre es aproximadamente 3,14159 veces el diámetro. Esta relación se simboliza con la letra griega π y se conoce desde la antigüedad, aunque su precisión y comprensión han avanzado a lo largo de los siglos. El número Pi es un número irracional , lo que significa que no puede expresarse exactamente como una fracción simple. Además, su expansión decimal es infinita y no periódica , es decir, sus dígitos no siguen ningún patrón repetitivo, lo que añade una capa d

MANUEL IRADIER: EL OLVIDADO EXPLORADOR ESPAÑOL DE ÁFRICA

En 1874, con muy escasos recursos pero con una idea altamente romántica de la exploración, Manuel Iradier viajó por primera vez al golfo de Guinea, donde exploró la bahía de Corisco y el país del Muni.

Su segunda expedición, diez años más tarde, la realizó por encargo con el objetivo de obtener para España la mayor extensión posible de territorio africano.

Manuel Iradier


Vocación exploradora

Manuel Iradier y Bulfy nació en Vitoria, Álava, el 6 de julio de 1854. Ya desde muy joven se sintió muy atraído por los relatos de viajes, la aventura y la exploración, sobre todo, de los espacios en blanco que aparecían en los mapas de la época, especialmente de África. 

A los cuatro años, perdió a su madre y su padre abandonó Vitoria, por lo que fue criado por unos tíos, que a su vez le hicieron pasar temporadas en casa de una familia de pescadores en el Cantábrico. Esta experiencia temprana le proporcionó una gran cercanía con el mar y una predisposición a la vida al aire libre que resultarían fundamentales en su carrera como explorador.

Cuando tenía sólo 14 años, el deseo de conocer nuevas culturas y lugares le llevó a pronunciar una conferencia en la que expuso un plan de travesía de África desde Ciudad del Cabo hasta Trípoli. 




Por aquel entonces, cursaba bachillerato en el instituto de segunda enseñanza de la capital alavesa. Tiempo después se alistó como voluntario en las filas liberales, en las que alcanzó el grado de sargento, en el contexto de las guerras carlistas. Más tarde, obtendría el título de Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Valladolid. 

Pero su afición por la exploración no cesó, lo que le llevó a crear asociaciones juveniles para dar a conocer tales temas y cuyos miembros llevaban a cabo trabajos de campo en la provincia como montañeros y naturalistas (fijándose jornadas de cincuenta kilómetros a pie a través de montañas y desfiladeros en los que todo era examinado, anotado y dibujado con sumo interés: las rocas, el agua, los insectos, etc), es decir, realizando técnicas que al fin y a la postre le iban a resultar útiles años más tarde en tierras africanas.

El resultado de estas excursiones locales lo anotó en sus diarios de explorador, o «Cuadernos de Álava», como los tituló; una compilación de costumbres e imágenes a lápiz de la provincia en la que había crecido. 

La más importante de estas asociaciones fue "La Exploradora", que se iba a convertir en la primera sociedad geográfica de España y una de las primeras de Europa, donde además conocería a una joven muy especial llamaba Isabel de Urquiola, que sería fundamental tanto en su vida personal como en sus aventuras.

Golfo de Guinea


El primer viaje al Golfo de Guinea

En diciembre de 1874, al mes de haber contraído matrimonio con Isabel de Urquiola, emprendió, junto con ella y la hermana de ésta, Juliana, un viaje al golfo de Guinea donde Manuel exploró la bahía de Corisco y el país del Muni.  

Parece ser que esta decisión de emprender el viaje finalmente hacia Guinea, por cierto sin subvenciones del gobierno ni de las sociedades científicas de España, se debió a un encuentro que había mantenido en Vitoria con el corresponsal en España del New York Herald, Henry Morton Stanley, ya famoso por su encuentro en África con el misionero y explorador David Livingstone, quien estaba cubriendo para su periódico la guerra carlista tras el derrocamiento de Isabel II en 1868.

Iradier quería saber si su anhelo de exploración africana era realizable, a lo que Stanley, después de escucharle, le animó a hacerlo empezando por los territorios españoles de África cedidos por Portugal mediante el Tratado de El Pardo de 1778.

Efectivamente, entre 1875 y 1876, Iradier exploró la bahía de Corisco y el país del Muni. Además de contactar con tribus costeras (ndowés), entró en contacto con indígenas fang, estos últimos de talante agresivo y que, por aquel entonces, habitaban el interior. 

La exploración de estos territorios, sus habitantes, sus lenguas, su cultura, su flora y su fauna fue muy dura, debido a las condiciones climáticas extremas, las enfermedades y la hostilidad de algunas tribus, sin embargo, Iradier no se dejó llevar por la adversidad y recorrió la red fluvial del río Muni (o río Peligro) con tan sólo una pequeña embarcación y un grupo de porteadores que le hacían a la vez de cocineros, traductores y criados.

Su primer viaje a África había habría de durar ochocientos días, durante los cuales afirmó haber recorrido cerca de 1.870 kilómetros consiguiendo multitud de información.

Isabel y Juliana

Isabel, su gran compañera

Isabel de Urquiola, su esposa, nació también en Vitoria. De adolescente trabajaba en la panadería que sus padres poseían, pero en ocasiones también acompañaba a su hermano Enrique a las reuniones de "La Exploradora", donde escuchaba a Iradier hablar de países remotos y exóticos. 

Efectivamente, un mes después de la boda, cuando Manuel e Isabel tenían apenas veintiún años y Juliana, la hermana de esta, dieciocho, y sin que las jóvenes hubieran tenido la ocasión de haber salido nunca de Álava, partió el grupo de Vitoria rumbo a Cádiz para embarcarse en el vapor "África" hacia su primera etapa del viaje que fue Canarias. Allí permanecieron unos meses adaptándose al clima africano y probando los instrumentos que traían para sus investigaciones científicas. 

Manuel, Isabel y Juliana se embarcaron en el vapor británico "Loanda" el 25 de abril de 1875 hacia la Bahía de Corisco. Su intención era encontrar una ruta accesible al interior de África desde las posesiones españolas en el golfo de Guinea. 

El hecho de que los tres emprendieran la expedición ya suponía una diferencia sustancial en la biografía de Iradier respecto a otros exploradores de la época ya que con algunas excepciones, apenas hubo exploradores que incluyeran a sus esposas en sus aventuras, y menos aún que hicieran trabajos de campo, como ellas, incluidas algunas observaciones meteorológicas. 

Los barcos de vapor que recorrían esta ruta por la costa africana no estaban equipados para transportar pasajeros, solo carga, y hacían más de veinte escalas. Las lanchas no tenían baños, y las tormentas y huracanes que las sorprendieron en mar abierto inundaron literalmente sus precarias instalaciones. Isabel y Juliana lo pasaron mal a bordo del "Loanda", en su diminuto camarote de cuatro literas donde cucarachas y ratas campaban a sus anchas, pero durante el día, la vista de las exuberantes costas de Senegal y Gambia les hacía olvidar todas las incomodidades. 

Después de 21 días de navegación, el vapor correo "Loanda" entró en la bahía de Santa Isabel, y los tres jóvenes finalmente pisaron Fernando Poo. Los viajeros arribaron el 18 de mayo de 1875 a la isla de Elobey Chico, lugar que habían elegido como base de operaciones.

Mientras Iradier intentaba logar su objetivo de exploración recorriendo la red fluvial del río Muni (o río Peligro), Isabel y Juliana sufrían terriblemente bajo el clima cambiante y riguroso, encargándose de anotar los cambios de temperatura, los vientos, las nubes, etc., a petición de Manuel, y con la ansiedad constante de no saber el estado de él.

Río Muni

A todo ello se sumó la ineludible monotonía de una vida desarrollada en un trozo de tierra sin contacto con sus seres humanos, lo que afectó al ánimo de las jóvenes, pero además se vino a añadir el hecho de conocer que Isabel estaba embarazada.

Isabel daría a luz a una niña el 18 de enero de 1876 a la que puso por nombre Isabela, Sin embargo, las enfermedades se hicieron más frecuentes. Isabel enfermó de malaria, mientras que Juliana y la pequeña Isabela también tuvieron problemas de salud.

Al mismo tiempo, Manuel estaba al borde de la muerte ya que había sido envenenado por los nativos, lo que le provocó terribles fiebres que le impedían seguir su camino. 

Cuando se recuperó, regresó con su familia y conocería a su hija. La familia se trasladó a Santa Isabel para procurar el bienestar de las mujeres. No obstante, este hecho no benefició en nada ya que el clima en este lugar era mucho peor que en Elobey, por lo que todos cayeron víctimas de violentas fiebres. La pequeña Isabela no pudo resistir y falleció en el mes de noviembre.

Pese a todas las dificultades y desgracias, Manuel continuó la exploración de la zona. En agosto de 1876, descubre  el río Ogooué, que resultó ser de gran importancia para la expedición. Sin embargo, los problemas de salud y las tensiones en el grupo comenzaron a afectar su trabajo y su relación.

Regreso a España

Para evitar más desgracias familiares, Manuel decidió mandar a su esposa, que se encontraba de nuevo embarazada, y a su cuñada, a las islas Canarias donde se reuniría con ellas en 1877, dando por finalizada, después de casi tres años, su expedición. Se reencontraron en Tenerife donde su esposa ya había dado a luz a su hija Amalia.

Tratado de San Ildefonso


La familia Iradier embarcó a bordo del vapor "América" rumbo a Cádiz, pero allí nadie les recibiría con honores por su hazaña, tampoco la prensa se acordó de ellos. A su llegada a Vitoria también el anonimato fue completo, las autoridades no dieron importancia a su aventura africana.

Después de su regreso, Iradier, con tan sólo veintitrés años era un hombre decepcionado, psíquicamente hundido, arruinado y con una familia que alimentar. Isabel por su parte, con la misma edad, se dedicó a cuidar de su familia y de su hogar, pero no se recuperaría jamás de su viaje por tierras africanas donde perdió a su hija Isabela. Se convirtió en una mujer de salud debilitada, envejecida, huraña y triste. Manuel siempre se sintió tremendamente culpable por la muerte de la niña.

La única alegría que recibió Iradier a su vuelta una carta de la Sociedad Geográfica de Madrid que se había hecho eco de su viaje y aseguraba contar con él para una eventual incursión en el río Camarones en un futuro próximo. Tuvo que esperar más de seis años para que esa empresa se hiciera realidad.

La segunda exploración

En 1884, Manuel es propuesto por la Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, creada un año antes por Francisco Coello y Joaquín Costa y auspiciada por Alfonso XII, para que capitaneara un nuevo viaje a África con el objetivo de explorar nuevos territorios y obtener para España la mayor extensión posible de territorio africano, limitado a la región del país del Muni debido a la presencia de alemanes, británicos y franceses en la zona. La labor era doble, científica y comercial, aunque a Iradier no se le escapó que también era de conquista, algo que le incomodaba bastante.

En esta iban también el médico y explorador Amado Eugenio Osorio y Zabala, el notario Bernabé Jiménez y el cabo de Marina Antonio Sanguiñedo. El objetivo era ocupar los territorios que correspondían a España en virtud del Tratado de San Ildefonso. Partieron en 1884 y regresaron al año siguiente. 

A pesar de las dificultades, la expedición logró mapear gran parte de la región y descubrir nuevas rutas comerciales.

Aún con pocos recursos, pocos hombres, poco material, las enfermedades y las armadas europeas por doquier, Iradier consiguió para España los territorios que hoy conforman la Región Continental de Guinea Ecuatorial: las tierras del Muni.

Al regresar a España, Iradier publicó varios informes y relatos sobre sus expediciones, que fueron recibidos con gran interés por la comunidad científica y el público en general. Sus trabajos ayudaron a popularizar la exploración y el conocimiento de África entre la sociedad española de la época.

Estatua de Iradier en Vitoria


Un final infeliz

Desafortunadamente, la salud de Iradier se vio gravemente afectada por su larga estancia en África y las dificultades que enfrentó durante sus expediciones. 

En adelante, los esposos vivirán de forma errante por todo el país y con escasos recursos. Isabel se ve obligada con frecuencia a guardar cama por graves pulmonías y ataques de fiebre. Su pequeña hija Amalia tampoco gozaba de buena salud. Apenas tenían relación, pero a finales de 1888 nace en Vitoria su último hijo al que llamarán Manuel, que tendría también una salud delicada.

El golpe de gracia lo recibirían el 21 de abril de 1899 cuando su hija Amalia falleció al arrojarse desde el balcón de un segundo piso de la casa familiar el día anterior a su boda. Al parecer, fue un suicidio provocado por las insufribles fiebres que padecía. 

Isabel se aisló para siempre en su casa. Por su parte, la salud de Iradier mermó tanto en 1911 que la familia decidió partir hacia la localidad segoviana de Valsaín a casa de un amigo a ver si mejoraba. Pero en el mes de agosto de ese año fallecería. En el cementerio de La Granja (Segovia) recibiría sepultura al no ser posible enterrarlo en África junto a los restos de su hija Isabela como él quería. Isabel le siguió en la muerte pocas semanas después. Ambos tenían 57 años.

A pesar de su corta vida, Manuel Iradier dejó un legado importante en la historia de la exploración y la geografía españolas. Sus expediciones a África contribuyeron significativamente al conocimiento de la región y ayudaron a consolidar la presencia española en el continente. 

A pesar del olvido que hoy le cubre, Iradier fue sin duda uno de los exploradores más importantes de África de la España del siglo XIX.


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